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Last Assault

domingo, 13 de diciembre de 2015

Crítica a Ninja Turtles (2014)

En octubre de este año 2015, hizo un año del estreno de Ninja Turtles, la adaptación cinematográfica de la mítica serie de las Tortugas Ninja.

Tras su éxito en los 80, la historia fue editada y adaptada a la época, siendo estrenada en 2003, con una gran audiencia gracias a su trama y al estilo de dibujo que fue empleado. Aparición de personajes míticos como el doctor Baxter Stockman, por supuesto Shredder, April O'Neil, y las tortugas con su querido maestro Splinter (Astilla aquí, en España), en la serie de TMNT del 2003, nos hizo disfrutar de la pequeña pantalla.

Los que vimos la serie de los 80 adoramos esta adaptación aún cuando la historia no se asemejara a la de su predecesora. Esta serie fue una obra maestra en la que el creador de las tortugas supo incluir incluso otra obra de su creación: el conejo samurai Usagi

Tras casi 10 años inactivos, dejando de lado una película en la que el enemigo no era el mítico Shredder, las tortugas volvieron a la pequeña pantalla con una adaptación en 3D bastante adorable, y un carácter algo mas infantil, debido a su edad. Nuevamente nos encontramos con la trama presentada en los 80, en la que Hamato Yoshi escapa de Japón, para llegar a la ciudad de Nueva York y ahí, acabar mutando debido a su vida en las alcantarillas. A pesar de todo, fue bien acogida por pocos de los fans de las anteriores entregas, ya que aunque seguía la trama al pie de la letra, no se terminaba de pillarle el gusto a esta nueva entrega.

A pesar de todo, la estética, y como la trama se volvía mas compleja y adulta a medida que avanza, hace que esta serie me encante.
Tras esta adaptación, Michael Bay, director de cine americano, decidió acoger esta maravillosa historia y llevarla nuevamente a la gran pantalla, recibiendo críticas negativas hacia ella. Críticas a la historia, críticas a la estética de las tortugas, etc.

Bien, aquí va mi crítica a esta película. A mi me ha gustado. Me ha gustado mucho, la verdad. Michael Bay no se comió la cabeza pensando una trama desarrolladisima, porque...¿Qué profundidad hay en cuatro tortugas ninjas mutantes? Como dicen en una parte de la historia:
-Somos ninjas
-Mutantes
-Técnicamente somos tortugas
-¡Y adolescentes!
¿Veis? ¿Que profundidad queréis que tenga eso? Yo opino que supieron adaptar bien la historia, aunque con un origen diferente al que han tenido hasta ahora. Ademas, la estética de las tortugas es bastante buena, sobre todo teniendo en cuenta como eran hasta el momento en las películas estrenadas. Pienso que el estilo con el que dotaron a los personajes esta bien conseguido:
-Leonardo "Leo": el siempre fue el mas serio de sus hermanos, y le adaptaron con un estilo muy de samurai, el cual le pega mucho por su honor y por su responsabilidad 
Y asi aparezco yo en el trailer. Ya luego mis hermanicos
-Raphael "Raph": el segundo hijo de Splinter fue adaptado como una tortuga alta y musculosa, siendo el mas grande de sus hermanos, algo que se adapta bien a el
Va todo machote con un palillo en la boca, porque es el malote de sus hermanos 
-Donatello "Donny": el tercero de la familia, y el cerebrito del grupo. Donny siempre fue el mas tierno y débil de sus hermanos, aunque esa debilidad lo compensa con su inteligencia y su habilidad con la tecnología y el Bô. Lo representaron como el mas debil físicamente, y con una gran máquina en su caparazón, ademas de unas adorables gafas 
Sin él, sus hermanos estarían perdidísimos, oigan xD
-Michelangelo "Mickey": el benjamin de la casa es un estilizado y gamberro surfero que va en monopatín y bebe los vientos por April O'Neil. Mickey es la juventud de sus hermanos, y por ello el estilo que le han dado es ideal para el
¡La tengo así de grande!...Uy, perdona, es solo un antifaz

Esta película me resulto una vuelta a la infancia muy grata, y yo la recomiendo al 100%, de verdad
No busquéis una gran trama, porque en serio, cuatro tortugas mutantes ninjas no es que de para una película llena de giros inesperados y conflictos psicológicos. Son cuatro tortugas que van repartiendo leña a los malos, y ya esta
El mítico y conocido Cowabunga. Y Raph con su palillito en la boca

Beatbox en un ascensor, y las tortugas se nos desmelenan

¿Se nota que estoy obsesionada con este personaje eh? Raph es un amor con patas. Un amor muy musculoso con patas

Este cartel me encantó, en serio. 



jueves, 15 de enero de 2015

Capítulo I

-¡Te veremos en la fiesta!- exclamó Úrsula, una chica con el cabello teñido de rojo y ojos negros, agitando la mano mientras se alejaba con el resto del grupo. Le devolví el gesto, y en cuanto desaparecieron de mi vista dejé caer mis hombros, exhausta. Era 31 de octubre, Halloween, y me tocaba a mi ultimar los preparativos de la fiesta de aquella noche. El disfraz estaba cuidadosamente doblado en la bolsa que llevaba cargada al hombro, para poder cambiarme inmediatamente después de organizarlo todo.
Me encaminé al gimnasio, lugar asignado para el baile, para poder terminar con las preparaciones pertinentes. Como siempre, la gente pasaba a mi lado sin prestar la más mínima atención a mis pasos. Era extraño. En los concursos de debate era el centro de atención, incluso mis compañeros de equipo permitían que me ocupara de la mayor parte de los temas, que lograba defender con pericia. Tenía capacidad de liderazgo por lo que el puesto de vicepresidenta del consejo estudiantil me venía como anillo al dedo, y por ello el presidente, aprovechándose de su privilegiada posición, relegaba la mayor parte de sus trabajos en mí, y entre estos estaba la organización de los eventos.
-¡Irah!- sin detenerme, miré sobre mi hombro a la vivaracha muchacha de pelo corto que se acercaba dando saltos a mí.
-Tengo prisa Connie, hay que ultimar los preparativos- dije de mala gana, volviendo la vista al frente. Me alcanzó, con su acostumbrada grabadora en la mano, y apretó el botón para grabar nuestra conversación mientras caminábamos.
-¿Entonces dices que a última hora las cosas de la fiesta no están listas?- junto a ella surgió un joven de gafas gruesas que reconocí como Iain Johnson, fotógrafo del periódico escolar y miembro del club de fotografía de primer año. Alzó una gran cámara Canon y empezó a lanzar ráfagas de flashes. A su vez, alcé la bolsa, molesta y frunciendo el ceño.
-Lo único que he dicho es que debo ultimar preparativos Connie, así que no tergiverses mis palabras- abrí las puertas del gimnasio, recibiendo un tenebroso y espectacular ambiente. Falsas telas de araña colgaban desde el techo. Las paredes habían sido forradas con una tupida tela negra y gris, y estas a su vez decoradas con lápidas hechas con pintura. Arañas de pega parecían corretear entre las telas sintéticas, y el suelo parecía el camino de un cementerio: un camino de piedras llevaban a las mesas, con manteles grises decorados con sangre falsa; al escenario, con rocas falsas y un árbol marchito; y por último a la pista de baile, que recreaba un claro de un bosque.
-¡Irah!- Melody, una joven risueña de segundo año, se acercó a mí alegre- Los encargados de la comida me han comunicado que todo estará listo para la hora prevista- informó, entregándome un tablón en el que pude ver la lista de cosas para la fiesta.
-Perfecto ¿la banda se ha comprometido a tocar?- inquirí, cerrando la puerta en la narices de Connie e Iain, para evitar que sacaran mas fotos.
-El director ha permitido su actuación siempre y cuando no superen los niveles de ruido permitido- paseé por el gimnasio junto a ella, tachando de la lista todo aquello que veía listo- Se ha contratado a dos guardias de seguridad extras para que comprueben las entradas en la puerta del gimnasio. Según me informe, hace un par de años se colaron muchos jóvenes ajenos al internado y la liaron parda- sonrió, mientras yo suspiraba con resignación.
-Estuve presente, y debo añadir que fue bastante deplorable. Destrozaron mobiliario escolar y causaron gran revuelo entre los estudiantes- murmuré, omitiendo lo sucedido poco después. Había sido mi primer año, y tras la fiesta de Halloween un suceso sacudió los cimientos del lugar, y fue ocultado a la prensa. Sonrió de nuevo, y se tapó las mejillas coloradas con las manos.
-Hablas bastante bien. Se nota que eres la capitana del club de debates- susurró, y suspiré, sin poder evitarlo.
-Me enseñaron bien, eso es todo- le pasé la lista, golpeando en su pecho con la tabla. Se detuvo abruptamente y me miró, confusa- Lo siento. Todo está en orden, Así que solo queda esperar al catering y a los músicos- añadí, esbozando una sonrisa conciliadora. Melody volvió a sonreí, aliviándome- Si me disculpas, voy a disfrazarme para la fiesta. Te aconsejo que hagas lo mismo- añadí, cogiendo la bolsa de la entrada, para dirigirme a los vestuarios. Una vez allí, dejé mi equipaje temporal en uno de los múltiples bancos, saqué las pinturas corporales y comencé a prepararme…

-¡Muy bien, dejad el pastel en la mesa de la izquierda! ¡Sí, ahí!- taché el alimento mencionado de la lista y lo observé, con una mezcla de fascinación y repulsión. Un cerebro del tamaño de un labrador, parecía mirarme fijamente. Sabía que era solo una cubierta de fresa y nata glaseada, y que el interior estaba elaborado de chocolate. Pero aún así me perturbaba. Seguí repasando la comida: canapés en forma de lápida, galletas elaboradas como ataúdes, aceitunas que parecían ojos, y diversas elaboraciones de pesadilla pero deliciosas sin lugar a dudas.
-¡Que buena pinta!- detuve la mano que se dirigía sin lugar a dudas al glaseado del pastel. Me giré para mirar a Hiram Weissman, que me dedicó una sonrisa traviesa- Oh, vamos, no es para tanto, nadie se va a dar cuenta- ante mi ceño fruncido no pudo hacer otra cosa que apartarse- Vale, vale- le observé. El pelo rubio, engominado hacia atrás, mostraba mejor sus facciones duras y atractivas. Se había embadurnado con polvos blancos, dotando a su piel de una palidez extravagante. La punta de unos afilados colmillos asomaban a través de sus labios. Unas ojeras violáceas descansaban bajo sus ojos acaramelados. Llevaba una camisa abotonada hasta el cuello, un chaleco negro y un pañuelo burdeos, enganchado con un broche verde esmeralda. La capa, negra y con forro de color vino, ondeaba gracias a los aparatos de aire acondicionado.
-Que seas el capitán del equipo de hockey no te da derecho a colarte en los preparativos previos a la fiesta- casi le gruñí aquellas palabras, pero me ponía de los nervios que actuara como el dueño del lugar tan solo por su popularidad. Se apartó de mí con evidente sorpresa, cosa que me agradó. No estaba acostumbrado a que la gente se dirigiera a él con ese tono- Así que venga, aire y vete con tus amigos- le empuje lejos de la mesa de comida y en cuanto se marchó, con cara resignada, suspire derrotada.
-¿Estás bien?- inquirió una voz tras de mí. Melody, disfrazada de manera original de Jane the Killer me sonreía. Le devolví el gesto.
-Nada malo, en serio. Ayúdame con eso- señalé el caldero que contenía el ponche, del color de la sangre. Entre las dos lo colocamos sobre una de las mesas y me sacudí las manos- Bueno, creo que con eso está todo, solo queda la máquina de humo, las luces y la música, así que en cuanto entren los demás la fiesta comenzará- le dije, animada.
-¡Genial! Por cierto, tu disfraz es increíble- añadió, mirándome de arriba abajo. Sonreí. Ese año había elegido lucirme por todo lo alto. Llevaba un negro pero a la vez colorido corpiño adornado con flores y pequeñas calaveras en el centro de estas. La falda era una preciosidad que habían adquiridos mis tíos en un viaje a México, larga, oscura, y con volantes, combinando con el corpiño, y un cinturón la sujetaba, con una calavera de color rojo por hebilla. El brazo izquierdo estaba cubierto por un calentador violeta, y el derecho por un largo guante de rejilla, y los zapatos eran unos tacones bastante cómodos. Perlas negras decoraban mi melena suelta, a la que había aplicado un tinte de un uso de color blanco. Me había pintado toda la piel visible de negro, y con blanco y diversos colores, había adornado mi piel, emulando huesos. En definitiva, era un esqueleto del Día de Todos los Santos, festivo y oscuro al mismo tiempo.
-Gracias, tú también te ves muy bien- contesté, señalando el cuchillo falso que tenía amarrado al pañuelo de la cintura, y al pelo oscuro que ocultaba su rostro blanco como la nieve. Las puertas del gimnasio se abrieron y entró por ellas Lazarus Hoult, el presidente del Consejo. A pesar de su puesto, era un chico bastante perezoso, y siempre que tenía la oportunidad relegaba sus tareas en mí. Vestido con una camiseta de rayas, un sombrero y las garras, era un perfecto Freddy Kruger.
-Maravilloso ¡Simplemente maravilloso!- exclamó, mirando el ambiente.
-¿Contento?- pregunté, alzando una ceja, bastante molesta con el por haberme encasquetado aquél trabajo.
-Irah, cielo, sabes bien que se me da fatal la organización, y que tu eres perfecta para estas cosas- murmuró, zalamero.
-Con halagos no conseguirás nada Lazarus- gruñí, fulminándole con la mirada- Hazme un favor y esfúmate, tengo que preparar las luces- y sin más, dejé a ambos con la palabra en la boca, y fui hasta la zona trasera del escenario, donde me encontré a uno de mis compañeros de tercero, Nicolae Hensen. Lazarus me había  dicho que era bueno con la electrónica, así que le pedí el favor de ayudarnos con el tema de las luces- ¿Cómo van?- inquirí, acercándome. Levantó la mirada del panel de control y me estremecí. Siempre me había sentido maravillada pero a su vez asustada por aquellos ojos suyos. Uno castaño y uno azul, lo que delataba que padecía heterocromía. Estos estaban tapados por un largo flequillo. Era la primera vez que le veía sin su acostumbrada coleta, lo que me permitió apreciar la longitud de su cabello negro, que parecía sedoso al tacto. Iba vestido con una larga chaqueta color verde militar, pantalones vaqueros y una motosierra de juguete descansaba en el suelo a su lado. La máscara de hockey estaba sobre la mesa. Como Lazarus, Nicolae era el perfecto Jackson de Viernes 13.
-Bien, solo me queda conectar un par de cables y estará todo listo- murmuró. Nunca se le escuchaba alzar la voz, incluso en clase se resistía a hacerlo, por lo que los profesores debía pedir silencio absoluto para entenderle.
-Perfecto… ¿necesitas algo?- inquirí queriendo ayudar.
-No, no hace falta- en cierto modo era como yo, no quería ayuda de nadie, lo que me hacía apreciarle más que al resto de alumnos del internado. Observé como hacía un par de virguerías en el panel, y escuche una exclamación de asombro. Asentí ante Nicolae, que cogió su máscara, la motosierra, y un pequeño mando- Es para controlar las luces desde el gimnasio- explicó, tendiéndomelo. Se puso la máscara y salió, dejándome sola en la oscuridad. Suspiré y salí tras él, ahogando la exclamación por el ambiente. Nicolae había conseguido que la máquina de humo funcionara, llenando el lugar de un aspecto mortecino. El foco más grande daba una luz del color de la luna, y los pequeños mezclaban el rojo, el azul y el violeta. Sonreí con aprecio, cosa que podía verse en pocas ocasiones. Esta fiesta iba a ser la mejor que el internado pudiera ver…

Como miembros del Consejo de estudiantes, el deber que teníamos Lazarus y yo consistía en dar vueltas por el gimnasio, disfrutando de la fiesta pero vigilando que ningún alumno se pasara de la raya. Había perdido de vista a mi compañero, lo que me exasperaba por completo, ya que eso significaba que había vuelto a escaquearse de sus deberes como presidente para hacer de las suyas. Y yo eso no lo podía soportar. Aún a día de hoy, cuando había pasado un año desde que fuimos elegidos, me preguntaba porque él ostentaba el puesto que tenía. Cualquier otro alumno habría estado más cualificado que aquél alcornoque que solo pensaba en pasarlo bien.
Pasé cerca de mi grupo de amigas, que me animaron a bailar con ellas. Rechacé la generosa oferta, argumentando que en una hora aproximadamente me libraría de mi trabajo al ser sustituida por otro miembro del Consejo. Resignada vi como se alejaban de mí, adentrándose hacia el corazón de la pista de baile, y podría afirmar que lo hacían con intenciones poco morales. Me dirigí a la mesa de las bebidas, con la intención de servirme un poco de ponche para refrescar mi garganta, y entonces le vi.
Hiram Weissman se escondía a toda prisa un objeto plateado en el forro de la capa, lo que me puso alerta. Con largas zancadas me acerqué a él, furiosa por lo que pensé que podría estar haciendo, y llegué a él sin dificultad a pesar de la multitud de alumnos que nos empujaban al uno y al otro.
-¿¡Qué te crees que estás haciendo!?- espeté, agarrando su muñeca y tirando de ella. Mis temores se confirmaron a medias cuando vi la petaca en su mano. Se la arrebaté, desenrosqué el tapón y en cuanto acerqué mi nariz a la boquilla, tuve que apartarla todo lo lejos que pude de mi, al reconocer el vodka- ¿Estás loco o que te pasa?- cerré la petaca y la golpeé contra su pecho, frustrada- ¡Alcohol, Hiram!- exclamé, con evidente enfado.
-Oh, vamos, Irah. No te pongas así. Es una fiesta, debes divertirte- respondió como si nada, encogiéndose de hombros, aunque con un tono que me pareció algo nervioso. Le fulmine con la mirada, molesta por su actitud. Cogí aire, dispuesta a soltarle algún sermón significativo, pensando en el incidente de hace dos años, cuando note como su semblante cambiaba.
-¿Alcohol en la fiesta? No me lo esperaba de ninguno de vosotros- me giré de golpe, alarmada por haber reconocido la voz. Se trataba del profesor Collins, de la asignatura de Historia del Arte. Nos miraba a ambos con reproche, sin querer dirigir la vista a la petaca que aún sosteníamos los dos. Me alejé dos pasos de Hiram, alarmada.
-¡Profesor! ¡No es lo que parece! ¡Me he percatado y he venido a…!-
-¡Silencio señorita Greenhell! Usted y el señor Weissman me van a acompañar ahora mismo- y sin decir más, se dio la vuelta y echó a andar. La gente de nuestro alrededor miraba, sorprendida por lo que acababa de pasar. Entre estas me encontré la mirada de Úrsula, que abría la boca como un buzón al verme desaparecer entre el gentío en compañía de Hiram Weissman, siguiendo al profesor Collins.
Salimos al patio, que estaba en relativo silencio por la amortiguación del ruido, aunque el murmullo de la música podía escucharse todavía. Nos dirigimos al edificio principal, confirmando mis temores, por lo que fulminé a Hiram con la mirada mientras avanzábamos. No tardamos en pararnos, delante de una puerta con una placa dorada a su derecha que decía “Aula de castigo”. Era la primera vez que me castigaban. A mí. Y por algo que no había hecho. Abrí la boca dispuesta a protestar.
-¡Silencio! Ahora permanecerán aquí hasta que la fiesta termine. Les vendré a buscar entonces a ustedes y el resto- comunicó, haciendo que ambos alzáramos las cejas simultáneamente… ¿A quién se refería con el resto?
La respuesta no tardó en llegar, porque abrió la puerta en seguida, dejándonos descubrir a nuestros compañeros de cautiverio. Sentada con los pies sobre la mesa del profesor, Connie Leonhartt, disfrazada de zombie, y con la grabadora en la mano. En una mesa cercana a la puerta, y para mi sorpresa, Micaela Justice, una de las empollonas del internado. Rubia, con trenzas, iba disfrazada de científica loca, podría suponer. Sus asustados ojos verdes me miraron tras las gafas, y se había cubierto las pecas con maquillaje, añadiendo falsas cicatrices a su rostro. Y por último, sentado en el alféizar de la ventana, con su disfraz de Jackson, estaba Nicolae, que nos dirigió una mirada imperturbable.
-Espero que este castigo os haga recapacitar sobre lo que habéis hecho- soltó el profesor Collins antes de cerrar de un portazo tras nosotros. Escuché como pasaba la llave y suspiré, derrotada…Nos había encerrado.
-¡Pero qué sorpresa!- exclamó Connie, levantándose de la mesa y dirigiéndose a nosotros, grabadora en mano- ¡El capitán del equipo de hockey y la vicepresidenta del Consejo estudiantil, castigados la noche de Halloween!- comentó, entusiasmada- Y decidme ¿qué os ha hecho aparecer en esta sala en una fiesta como esta? ¿Os han pillado dándoos el lote tras el escenario? ¿A que ha sido eso?- argumentó, con los ojos brillantes y la grabadora encendida tomando nota de la situación.
-No inventes Connie. Lo que pasa es que Einstein aquí presente- señalé a Hiram, furiosa- Se le ha ocurrido la genial idea de meter vodka en el ponche- expliqué, amargamente- Y Collins nos ha cogido con la petaca, creyendo que hemos sido ambos- bufé, dejándome caer sobre una de las mesas.
-¡Tampoco es culpa mía!- exclamó Hiram, fulminándome con la mirada- Pille a Lazarus con la petaca y le dije que me la diera, que no iba a permitir que alcoholizara el ponche- gruñó, cruzándose de brazos. En ese instante me sentí bastante mal por haberle acusado de manera precipitada. Me forcé a mirarle.
-Lo siento…pensé que habías sido tú- murmuré. Su atractivo rostro se relajó y me sonrió.
-Ya no se puede hacer nada- suspiró, y miró al resto- ¿Y vosotros que hacéis aquí?- inquirió, con curiosidad.
-Me había dejado algo en mi habitación, así que salí de la fiesta y de camino a los dormitorios pille a Connie intentando entrar en el despacho del director- murmuro Micaela.
-¡Connie!- exclamé yo, escandalizada, interrumpiendo a la rubia, que carraspeó molesta. La mire, sorprendida por la repentina salida, ya que nunca la había escuchado hacer eso.
-Collins me pillo y creyó que la estaba ayudando, así que nos castigó a ambas- concluyo, cruzándose de brazos. Todos dirigimos entonces la mirada a Nicolae, que no había dicho palabra desde que estábamos allí, y seguramente ni siquiera antes.
-Ese no suelta prenda, ya le he preguntado y no dice nada- explicó Connie, encogiéndose de hombros. Miré fijamente a Nicolae, su perfil difuminado por la calidad pésima de la luz fluorescente. Vi como se encogía de hombros.
-Collins me pillo fumando un cigarrillo en los baños- explicó escuetamente.
-¿Un cigarrillo? ¿Solo por eso? Que exigente- soltó Hiram, bufando. Pero pude percibir en el ambiente un aroma que me resultaba familiar  por mi compañero del Consejo.
-Te pillo fumando marihuana ¿verdad?- inquirí, alzando una ceja. Su expresión no varió ni un milímetro, pero asintió para confirmar que había dado en el clavo.
-¡Vaya! No lo esperaba de Nicolae Hensen, la rata de biblioteca- comentó Connie con malicia. De nuevo el chico apenas se inmuto, y se encogió de hombros.
-Solo por ser una rata de biblioteca no tengo porqué estar cosido a un patrón social- era la primera vez que le escuchaba decir una frase tan larga a alguien que no fuera un profesor- Y no tengo porqué darle explicaciones a una cotilla sin remedio que solo busca hurgar en la vida de los demás- supe que no quería ser hiriente con esa frase, que solo exponía la verdad, pero Connie frunció el ceño y se cruzó de brazos.
-No es la primera vez que te pillan fumando marihuana ¿verdad? Hace un par de años, cuando empezaste en este internado, también te encontraron en compañía de otros alumnos en el patio, si no me equivoco- murmuró, con tono mordaz. Nicolae solo la miro, aunque pude percibir un cambio en sus ojos dispares. Un fulgor de reproche, o tal vez una advertencia para que cerrara la boca. Hiram pareció percatarse también del cambio en el ambiente, por lo que se adelanto y colocó entre ambos chicos.
-Venga, haya paz. Vamos a estar varias horas castigados aquí dentro ¿no es mejor que nos llevemos bien para que sea más llevadero?- inquirió, mostrándonos al Hiram Weissman que todo el mundo conocía y quería. Nicolae desvió la mirada de Connie a él, y volvió a sentarse en el alféizar, sin pronunciar palabra. La chica bufó a su vez, y volvió a sentarse en la mesa de profesor. Micaela suspiró, y cruzándose de brazos dejó caer su cabeza sobre estos. Hiram me observó. Le devolví la mirada, sin saber bien qué hacer. Finalmente se encogió de hombros y se dirigió al otro lado de la clase, para evitar hablar con el resto, dejándome a mí entre los cuatro. Como Micaela, suspire, frustrada, y eché la cabeza hacia atrás, para mirar al techo.

-¡Esto es una tortura!- exclamó Connie, enderezándose. Me incorporé, sobresaltada, puesto que me había sentado en la silla para poder recostarme sobre la mesa. No era la única, ya que vi a Micaela hacer lo mismo, y además pude vislumbrar como se limpiaba un hilillo de baba que colgaba de la comisura de sus labios. Nicolae seguía despierto, pero apenas se había girado hacia Connie, y Hiram por su lado avanzaba bostezando entre las mesas.
-¿Y qué propones que hagamos Sherlock?- inquirió, apartando las lágrimas de sus ojos.
-Pues que salgamos y nos colemos en la fiesta- lo dijo con tanta naturalidad que incluso Nicolae la miro, anonadado, permitiendo vislumbrar una emoción en su rostro pétreo.
-¿Estás loca? Si Collins nos pilla la hemos cagado- respondió Hiram.
-Opino lo mismo. Estamos castigados, y el hecho de vernos fuera del aula de castigo puede desembocar a uno mayor, y dudo mucho que con la apretada agenda que tenemos nos podamos permitir pasar tardes aquí encerrados- argumenté, cruzándome de brazos.
-Bueno, ya sabemos que con la vicepresidenta no contamos- sin más, se giró hacia Micaela- ¿Y tú que ratoncita? ¿Te apuntas a la aventura?- inquirió. Micaela alzó las cejas, con una expresión que quería decir ¿Quién? ¿Yo?- Si, tú ¿Te vienes o no?- contestó Connie, como si le hubiera leído el pensamiento. Apenas tuvo la consideración de preguntarle a Nicolae, cuyo gesto había pasado de la sorpresa al interés.
-Cuenta conmigo- respondió el chico escuetamente. Todos lo miramos sorprendidos porque se uniera a hacer algo en grupo, teniendo en cuenta su carácter solitario. Connie sonrió.
-¡Bien! Somos dos ¿alguno más?- nos miró a los tres fijamente, hasta que Hiram empezó a reírse.
-Bueno, bueno ¿quién no ha cometido locuras alguna vez? Me apunto- sin más, se colocó al lado de Connie, como si se tratara de la capitana del equipo en una clase de Educación Física, y Nicolae, dudoso, le siguió.
-B-Bueno…no estaría mal volver a la fiesta- murmuró Micaela, levantándose de su sitio para unirse a ellos. Ahora todos me miraban a mí, a la espera de una respuesta. Yo me limite a devolverles la mirada. A los ojos verdes de Micaela, los negros de Connie, los melíferos de Hiram, y los dispares de Nicolae. Y puse los míos en blanco mientras me levantaba.
-Os juro que como nos pillen os las tendréis que ver conmigo- amenacé, vislumbrando la sonrisa juguetona de la periodista y el rubio- Aunque eso sí ¿cómo saldremos de aquí, si Collins ha cerrado con llave?- inquirí, queriendo dejar claro que aún no estaba de acuerdo con el hecho de escaparnos. Connie se limitó a sonreír y sacó una horquilla de su alborotada cabellera.
-Así- sin más, se agachó junto a la cerradura y forcejeó un poco con ella y la horquilla. La observamos fascinados cayendo en la cuenta de que era así como se colaba en las habitaciones. En cuanto oímos el clic que indicaba que la cerradura se había desbloqueado, solo pudimos mirar boquiabiertos a la chica- Venga, vamos, que no quedará mucho y quiero disfrutar hasta el último momento- cogió a Micaela del brazo, seguramente por ser la más débil físicamente de los cinco, y tiró de ella por el oscuro pasillo. Hiram, Nicolae y yo nos miramos y las seguimos a paso rápido. Las alcanzaos en seguida y los cinco avanzamos con cuidado, planeando como entrar al gimnasio sin que nadie se diera cuenta.
-Propongo usar la entrada del almacén- ofreció Hiram, el cual se conocía de memoria aquél lugar. Yo también había planeado entrar por allí, pero no vi la necesidad de mencionarlo. Una parte de mí quería volver a la fiesta, deslumbrar a todos con mi disfraz, captar la atención por una vez sin que tuviera que estar en un debate.
Quizás solo deseaba ser como todos, vivir una vida, llamar la atención de algún que otro chico. Pero ni siquiera siendo la vicepresidenta del Consejo lograba cumplir uno de mis anhelos, que aunque infantil, era el más pequeño de todos. Siempre en las sombras, siempre organizando todo desde detrás, dejando que Lazarus se llevase el mérito. Total ¿para qué? Nadie me agradecería las cosas sabiendo que era yo la que organizaba todo. Suspiré, y entonces sentí como alguien tiraba de mi brazo. Quise gritar pero una mano grande y cálida me tapó la boca. Miré hacia arriba para encontrarme a Nicolae, el cual rodeó mi cintura con su brazo. Miré a Hiram, que se llevó un dedo a los labios pidiendo silencio. Asentí, y Nicolae me quitó la mano de la boca, dejando un cosquilleo en aquella zona de la piel que había rozado. Estaba bastante oscuro para identificar a Connie y Micaela, pero dos respiraciones tras nosotros me indicaron que estaban ahí. Tragué saliva, y entonces me fije que estábamos dentro de uno de los múltiples almacenes de la limpieza que había repartidos por el internado. La puerta, de madera y un cristal translúcido, nos mostraba sombras en los pasillos.
-¡Se han ido!- exclamó la inconfundible voz del profesor Collins.
-No han podido ir muy lejos, eso seguro. Los asientos están cálidos- aquél era Philips, el de Biología.
-Vamos a buscarles, estarán escondidos- un escalofrío recorrió mi espina dorsal, y Nicolae se dio cuenta puesto que me agarró con más fuerza, como queriendo protegerme. Aquél había sido el profesor Lawrence, el de Economía, un hombre entrado en los cuarenta del cual se contaban cosas poco aceptables entre las chicas. Una vez pude probar en propias carnes que querían decir, cuando en un examen se acercó a mí y masajeó mis hombros de manera imperceptible, pero con evidentes intenciones.
En cuanto los pasos se alejaron, pude escuchar como tres respiraciones dejaban de contenerse, y el brazo de Nicolae me soltaba.
-¿Estáis bien?- murmuré, presa del nerviosismo. Apenas acertaban a murmurar que sí, pero nos habíamos librado por los pelos. Hiram abrió la puerta y la débil luz del pasillo nos iluminó.
-Chicos…creo que al conserje se le ha caído el saco de serrín para el vómito- murmuró Micaela, dando un suave golpe a algo.
-Más bien parece que se le ha caído un saco de vómito ¿no os huele raro?- inquirió Connie, mirando hacia la chica. Vi como sus ojos se abrían como platos, como caía al suelo y su garganta entonaba un grito desgarrador. De manera instintiva, y haciendo caso omiso a los pasos que se acercaban a nosotros, los cuatro nos giramos y pudimos ver con nuestros propios ojos lo que había afectado tanto a Connie. Micaela se desmayo en el primer momento, y Hiram la cogió a tiempo. Yo sentí como mi estómago se revolvía y como los dos pedazos de pastel y los tres vasos de ponche pugnaban por salir. Me tambaleé ligeramente, y Nicolae me sujetó por los codos para evitar mi caída. Collins fue el primero de los tres en llegar.
-¿¡Que ocurre!?- ni porqué estábamos allí, ni porque nos saltábamos el castigo…el grito de terror de Connie le había alertado. Atiné a levantar la mano, temblorosa, y le señalé el motivo. Su piel, normalmente tostada por su ascendencia hindú, pareció palidecer de golpe. Philips y Lawrence llegaron al mismo tiempo. El primero ayudó a Hiram con Micaela mientras miraba, nervioso, el punto que señalaba. Lawrence, por su lado, apartó un poco a Nicolae y colocó una mano sobre mi hombro. En esos momentos no me importo lo más mínimo. Sin más, caí al suelo de rodillas rompiendo a llorar. No podía seguir mirando al conserje del internado. Joseph Claires se había quitado la vida, pegándose un tiro en el mentón. Los sesos, esparcidos por la estancia, parecían, junto a la sangre, una grotesca pintura para la ocasión que se celebraba aquella noche. En su mano descansaba una pistola, y sus ojos miraban hacia el techo, sin ver realmente.
Quise que todo aquello no fuera más que una pesadilla…

Prólogo

Mucha gente diría que Hiram Weissman era guapo. Alto, de rubios cabellos alborotados, ojos de un impresionante tono caramelo y una sonrisa deslumbrante que quitaba el hipo. También dirían que era más popular que el resto de miembros del equipo de hockey. Y además, todos afirmarían con rotundidad su carácter amable, caritativo y sociable. No había nadie en el internado que no lo conociera, y básicamente era un buen chico y tenía impresionantes aptitudes, tanto físicas como mentales. No solo jugaba bien al hockey. También era bueno en fútbol y baloncesto. Se le daban bien las matemáticas, las ciencias y la literatura. Era todo un artista, de los pies a la cabeza. Sabía tocar la guitarra eléctrica, el piano y el violín, y tenía el timbre justo en la voz que a todo el mundo gustaba: sosegada, no muy fuerte, y con gran personalidad. Era ese tipo de voz que nunca olvidabas, por mucho tiempo que pasaras sin oírla.
En definitiva, Hiram Weissman podía ser definido como perfecto. Un novio perfecto, un amigo perfecto, un estudiante perfecto….en general, solía ponerme enferma al escuchar a mi amigas parlotear sobre él sin sentido. Es decir… ¿qué clase de chica eres si solo te fijas en un chico y en todo lo que hace? Vamos a ver, que incluso una de ellas se aprendía sus horarios para poder cruzarse por “casualidad” por los pasillos. Me aburría cada vez que nos encontrábamos en la cafetería y comenzaban a charlar sobre lo guapo que era, lo bonita que era su voz, y el talento que poseía. Yo siempre me limitaba a asentir a cada comentario que hacían, y picoteaba galletas.
Luego, si preguntaba a mis amigas acerca de Nicolae Hensen, dirían que era extraño. Al contrario que Hiram, era moreno, padecía heterocromía, y tenía un flequillo que cubría casi al completo sus ojos. Se pasaba el día metido en la biblioteca, leyendo o echando cabezadas cortas, que eran interrumpidas por la señora Herb, la bibliotecaria: una mujer canosa, con gafas de montura de concha y ojos de color gris pizarra. Leía especialmente novelas de misterio, lo que le hacía, a ojos de mis amigas, más extraño todavía. Antisocial, apenas participaba en actividades de grupo, y la única actividad extraescolar que realizaba era el club de lectura.
Las veces que le había tocado cantar en las clases de música hacia que muchos se taparan los oídos para evitar escucharle, y en los deportes no era precisamente el mejor, lo que provocaba que lo eligieran el último a regañadientes. Si yo llegaba a mostrar el más mínimo interés por él, mis amigas alzaban las cejas sorprendidas y comenzaban a bombardearme a preguntas acerca del porqué de la repentina fijación. No se avergonzaba de cómo era, y raramente lo podías ver enfadado, pero si eso pasaba, se le encendían las orejas de una manera muy curiosa, contrastando con su pálida piel. Los que le habían visto en las duchas aseguraban que tenía un gran tatuaje en la espalda, cubriéndola prácticamente en su totalidad, y ganando así rumores en relación a este.
Si yo me fijaba en Micaela Justice, podía ver a la típica chica rubia y mona, con cuerpo pequeño para sus 19 años, y el rostro cubierto de numerosas pecas, y si uno se aburría en una de sus exposiciones, podía dedicarse a contarlas. Amante de la anatomía, había recibido premios y condecoraciones por concursos y decathlones académicos. Cantaba bien, tenía un timbre dulce pero no era algo memorable. Como Nicolae, era mala en los deportes, y prefería pasar su tiempo libre en los laboratorios del internado. Sus amigos eran todos de los diversos clubs a los que pertenecía.
Era la capitana del club de Química, y del de Matemáticas. Jugaba al ajedrez, a las damas, y podía recitarte, si quería, extensos discursos y trabajos de científicos, que había aprendido en sus investigaciones. Siempre ocultaba sus ojos, verdes como esmeraldas, tras unas gafas de montura gruesa, y si uno se fijaba en ella mientras comía podía compararla con los ratones, porque mordisqueaba sus alimentos con ganas, y se llenaba a la mínima. Los dos incisivos delanteros parecían más largos que el resto de dientes, lo que contribuía a esta imagen de roedor que muchos le atribuían. Era, como decían varios, una auténtica sabelotodo, siempre levantando la mano para responder a las preguntas del profesor.
Por otro lado, Connie Leonhartt era su antítesis. Pelo y ojos oscuros, presentaba, a pesar de su evidente condición femenina, una corta cabellera que siempre traía revuelta al más no poder. Vestía usualmente el uniforme deportivo, y las notas no eran su punto fuerte, pero mantenía el curso estable gracias a las actividades extraescolares y a las donaciones que hacían sus padres al centro. Pese a su aspecto de masculinidad, era la capitana del club de teatro, de poesía, de arte, y de periodismo, y se pasaba los días de un lado a otro interrogando a los alumnos sobre relaciones inexistentes y metiéndose donde no la llamaban. Conocía como entrar en todas las aulas del internado, incluidas las habitaciones de los profesores, sus despachos y los cuartos de los alumnos (que no solían tener nada comprometedor para evitar que hablaran de ellos), y cuando se le preguntaba como lo hacía, simplemente se encogía de hombros y sonreía de manera maliciosa.
A pesar de todo, la gente la apreciaba y admiraba, porque podía hacer desde el papel más extravagante, pasando por la feminidad absoluta, y una seriedad impropia en ella. Era juguetona, muy agradable, pero si uno intentaba contarle un secreto corría el riesgo de que todo el mundo se enterase de que te ocurría. Era imposible no encontrarte con ella, ya que revoloteaba por todos los lugares y parecía conocer la academia mejor que cualquiera de nosotros. Se le daba bien el arte y la poesía, lo que ayudaba en los musicales escolares, porque escribía sus propias letras.
Cuando yo, Irah Greenhell, me miraba al espejo, solo podía ver a la capitana del club de debates, a la vicepresidenta del consejo de estudiantes y miembro del club de fotografía. Era, lo que muchos definirían al verme, una chica corriente. El pelo castaño caía en ondas sobre mis hombros, y, al igual que Nicolae, el flequillo solía tapar mis ojos color miel, siempre que no me lo recogiera con una pinza. Estatura normal para mi edad, y un peso acorde con esta, nada de la forma de reloj de arena de mi cuerpo destacaba, aunque solía llamar la atención la gran quemadura de mi espalda, que se extendía por el brazo izquierdo hasta la muñeca.
Como capitana del club de debates, aparte de defender con lógica mis argumentos, apoyándome en pruebas y testimonios, toda esa normalidad de mi era pasada por alto ya que captaba las miradas de todo el mundo con solo comenzar a hablar, incluidas las de las cuatro personas antes nombradas, que dejaban de lado cualquier distracción (amigos, consolas, libros o momentos para escribir), para mirarme discutir. Había llevado al internado a la victoria del certamen de debates los tres años que llevaba allí, pero en cuanto me bajaba del atril volvía a ser la chica corriente que se refugiaba en un grupo de amigas, y dejaba que parlotearan sin sentido. Me implicaba en ferias escolares, ya que el resto de compañeros parecían poco dispuestos a ayudar a los profesores a organizar tales eventos. En definitiva, cuando me miraba al espejo, veía a la capitana del club de debates, una campeona en su campo, pero a su vez una chica que no tenía interés en llamar la atención, y mucho mejor era para mí tal cosa.

Sé que muchos se preguntarán a que vendrá toda esta parafernalia con mis compañeros y conmigo. Que no podemos ser más equidistantes unos de otros, y si nos pusieran a todos en una habitación cerrada, lo único que haríamos sería estar cada uno a su rollo, evitando contacto visual. Pero cuando un suceso que nadie podría esperarse, trastocó toda la rutina del internado, nos vimos obligados a reunir nuestras habilidades para poder dar con la solución. Nuestra historia empezó el día de Halloween de nuestro último año en aquél lugar…

domingo, 11 de mayo de 2014

Divergente

(ATENCIÓN: Todos los personajes de esta versión pertenecen a Verónica Roth, a excepción de Flare y Fionna, que son mias, y Michelle y Rachell que son de mi mejor amiga)
(Si, se que leéis Divergente en el título. La cuestión es que no me atrae Tris. no se, pero no me llama...así que he escrito una pequeña redacción en la que presento a Halle Eyre, una chica nacida en Cordialidad cuyos resultados dan Osadía, Facción que escoge, y se cambia el nombre por Flare, ya que este significa "LLamarada", y una llama es el simbolo de Osadía xDD)

Ropas rojas, amarillas, naranjas. Demasiado color para mi, Demasiada tranquilidad. Suspiré y me miré al espejo. Cabello largo, oscuro y ojos verdes con motas doradas en cuanto el sol los iluminaba. Había llegado. Por fin había llegado el día de mi elección. Recordé la prueba. Como los resultados me habían indicado la Facción que más concordaba conmigo. Mis elecciones, mi vida, mi futuro.

La Facción antes que la sangre…solo espero elegir bien me alejé de la cómoda sin poder soportar más mi reflejo. Los pómulos marcados. La piel pálida a pesar de trabajar horas y horas bajo es sol. Los labios finos, y las manos y rodillas llenas de rasguños por las caídas de los árboles frutales. Nunca se me había dado bien la cordialidad. La verdad es que prefería escalar los árboles, observar el muro que se alzaba con majestuosidad, y preguntarme como sería defenderlo. En la escuela observaba a Osadía, como ellos corrían tras el tren, como subían, y como bajaban.

-¿Lista para la ceremonia?- me giré para observar a Fionna, mi mejor amiga. Me dedicó una sonrisa deslumbrante. Vestía un traje largo, de tirantes gruesos, de un tono naranja a juego con sus ojos color ámbar.

-¿Me creerías si te dijera qué si?- pregunté, esbozando una sonrisa nerviosa. Se acercó para abrazarme. Gesto típico de Cordialidad. Amistad, bondad, amabilidad, tranquilidad. No, eso no iba conmigo. Cuchillo en vez de queso. Quizás eso fue lo que determinó mi Facción.

-Eh, venga, que queda poco. Tú solo sube, y elige, ya verás que no pasará nada malo- insistió, repitiendo las mismas palabras que llevaba diciendo varios días. Juntas nos movimos en dirección a los camiones que nos llevarían a la ceremonia. A mí alrededor cantaban, tocaban el banjo, y reían, felices. Yo me limité a observar Cordialidad, alejándome inexorablemente del que había sido mi hogar durante dieciséis años.
No creo que vuelva… pensé, y cerré los ojos.

-Halle Eyre - en cuanto mi nombre fue dicho alcé la mirada, preocupada. Había llegado la hora. Lo repitieron, y el eco rebotó en mi cabeza. Me levanté, y avancé, dejando que mis faldas rojas volaran y me coloqué ante los cuencos: carbones ardientes, tierra, agua, piedras grises y vidrios.  Osadía, Cordialidad, Erudición, Abnegación y Sinceridad. Una elección. Una vida. Ya no había vuelta atrás.

Hice el corte con el cuchillo y observé como la gota de sangre se deslizaba, hipnótica, por la palma de la mano. La desplacé y con la respiración contenida, permití que cayera. Las brasas la absorbieron y evaporaron en seguida.

- Osadía- los aplausos del grupo me llenaron. Sí…ahí pertenecía. El cuchillo, mi enfrentamiento con el perro…los resultados eran claros, y aunque decepcionara a mis padres, a mis amigos, Osadía era mi Facción, ahí pertenecía. Sinceridad, Erudición, otros Osadía. Rodeada de compañeros de clase, de gente que conocía. Miré, sin poder evitarlo, las gradas donde los de Cordialidad esperaban a ser llamados, y mi mirada se cruzó con la de Fionna. Incredulidad, traición y dolor.

Lo siento...en serio que lo siento. Pero es mi vida, mi elección, y nadie va a cambiarlo

-¿Por qué elegiste Osadía?- preguntó mi compañero de Cordialidad.

-¿Por qué lo escogiste tú? Tengo entendido que tu prueba dio como resultado Cordialidad- inquirí, algo molesta. Mi mirada se dirigió a la chica de Abnegación…aunque había olvidado su nombre. Maldita memoria.

-Me aburría allí- respondió, encogiéndose de hombros.

-Mi prueba dio como resultado Osadía. Escogí el cuchillo- respondí a su vez, cosa que hizo que me mirara sorprendido. Volví a desviar la mirada, y me levanté- Si me disculpas…- me separé de él para asomarme a la puerta. El paisaje cambiaba, veloz, ante mis ojos. Los cerré y me centré en las conversaciones de los demás, hasta que de pronto uno de ellos exclamó que alguien saltaba, por lo que no pude evitar abrirlos para comprobar que, efectivamente, los nacidos en Osadía saltaban hacia un edificio. Sonreí. Sin duda este lugar me iba a gustar. Cogí carrerilla y salté, cayendo de pie mientras sentía como un hormigueo recorría las pantorrillas y los gemelos, ya acostumbrados a esas alturas.

-Se te da bien ¿eh enana?- mi altura siempre había sido una burla. Me giré para observar a un chico vestido de blanco y negro Sinceridad pensé para mí misma- Tú no tienes dieciséis años, por lo menos te saco trece- añadió.

-Deberías graduarte la vista lengua larga. Los Sinceridad no sabéis cuando quedaros callados- respondí, ignorándolo, mientras caminaba hacia un grupo de Osadía que parecía esperarnos. El mayor de ellos se presentó como Max, y nos indicó que debíamos saltar, de nuevo. La de Abnegación se presentó para ser la primera. Nada especial, pero se llevó varios insultos por parte de unos, y elogios por parte de otros. La observé, su ropa gris ondeando al viento, su pelo rubio en la misma dirección. No dudó en separar la distancia entre el vacío y la cornisa y desapareció de nuestra vista.

-Bien… ¿quién es el siguiente?- nadie pareció querer responder a la pregunta del tal Max, así que avancé un paso (ahora que me daba cuenta, mi compañero de Cordialidad había desaparecido...no habría saltado)- Bien, una de las granjas. A ver si la recolección te sirve de algo- le ignoré, subiendo a la cornisa, y observé el vacío Eso no es nada…has saltado desde muchos árboles. Tragué saliva, y di un paso adelante. La ferocidad del viento me dejó sin aliento. Maniobré de modo que quedé mirando al cielo, y sentí como mis pulmones se vaciaban al chocar contra algo. Tanteé y reconocí el tacto de una red, y varios aplausos.

Alguien me ayudó, un chico joven, algo mayor a mí.

-¿No se han equivocado contigo?- preguntó.

-Tengo dieciséis años- respondí.

-De acuerdo…de Cordialidad, segunda en saltar por lo que veo ¿Tu nombre?- preguntó. Pensé en decir Halle. Pero luego recordé el símbolo de Osadía. Una llama.

-Flare- sonaba bien…Llamarada

-Bien… ¡Segunda en saltar, Flare!- los aplausos y gritos me llenaron, y no pude evitar sonreír. Aquél era mi lugar, por mucho que Fionna me mirara traicionada, por mucho que mis padres se sintieran decepcionados. Osadía se convertiría en mi hogar.


Cuatro, el chico que me había recibido se presentó como nuestro instructor, mientras una chica llamada Lauren anunciaba que ella se encargaría de los nacidos en Osadía. El tal Cuatro nos llevó por las instalaciones, enseñándonos lo llamado como el Foso, donde una multitud perteneciente a Osadía hablaba y gesticulaba ante nuestra presencia; y conduciéndonos a una sala que resultaba ser el comedor. Sentí como la emoción y la adrenalina recorría mi cuerpo cuando los de la Facción nos miraban, aplaudiendo y silbando. Sonreí, y me fijé entonces en dos chicas que iban a mi lado. Gemelas, de pelo castaño y ojos azules.

-¿No es genial Michelle?- inquirió una de ellas.

-A mi me parece que hay mucho ruido- comentó la llamada Michelle.

-Tonterías… ¡Eh tú!- me sobresalte al ver que se dirigía a mi- ¿A qué es increíble?- me preguntó. Dirigí la vista a la gente que nos rodeaba, que nos animaba, y no pude evitar esbozar una sonrisa, de nuevo.

-Nada que ver con Cordialidad- asumí, encogiéndome de hombros.

-¿Vienes de las granjas?- inquirió la que me había hablado.

-Rachel, se menos directa por favor- le pidió Michelle.

-Ya he dicho que de ahora en adelante me llamo Domino- soltó la otra.

-No entiendo porqué te cambiaste el nombre- murmuró su hermana. Me mordí el labio, insegura, y decidí no meterme en la conversación, ya que sería de mala educación. Seguí a la chica de Abnegación, que iba junto a una de Sinceridad, y me senté junto al tal Cuatro. Pronto comenzaron a hablar entre ellos, y pude escuchar que la chica de Abnegación (Estirada la llamaban) nunca había visto una hamburguesa porque en su Facción comían comida natural. Quise meter baza en la conversación añadiendo que a pesar de todo Cordialidad enviaba carne a todas las facciones, cuando de pronto un silencio sepulcral reinó en el comedor.
Me giré hacia la puerta, y entonces pude verlo. Era un chico alto, con varios pircings repartidos por la cara (tantos que me perdía al contarlos), pelo largo, oscuro y brillante, y una frialdad inusitada en la mirada. Tragué saliva mientras escuchaba a Cuatro decir que se llamaba Eric, y que era uno de los líderes de Osadía Eric…dudo que se me olvide ese nombre pensé. Y lo vi avanzar hacia nosotros. Hacia NUESTRA mesa. Se sentó junto a mí, y el resto no pareció percibir su presencia.

-Bueno ¿no me vas a presentar?- preguntó, señalándonos a la de Abnegación, a la de Sinceridad y a mí.

-Estas son Tris y Christina- Cuatro se giró entonces hacia mí y parpadeó, confuso, como si se acabara de enterar que estaba ahí.

-Flare- me presenté secamente, encogiéndome de hombros. Me echó un vistazo rápido y luego dirigió su mirada a la chica rubia.

-Oh, una Estirada. Veremos cuánto duras- comentó, estirando de una de las perforaciones. Paseó su mirada entre la de Sinceridad y yo, para luego volver su vista a Cuatro. Miré sus manos. Fuertes, con nudillos cubiertos de costras y varios rasguños Le gusta pelear pensé, mientras hablaba a Cuatro. Sobre Trabajo, y puestos y demás… ¿eran amigos? No lo parecían por el tono de hostilidad. En Cordialidad aprendíamos a mantener la paz, y si alguien hablaba con tono amenazante lo notábamos. Y Eric hablaba con tono amenazante a nuestro instructor. La luz se reflejó en las argollas de su ceja, captando totalmente mi atención.
¿Por qué un hombre tan amenazante, tan aparentemente violeto, me llamaba tanto? Le dio un par de palmaditas a Cuatro en el hombro, mientras se levantaba, y entonces me miró.

-¿De qué Facción vienes? ¿Cordialidad?- inquirió, inclinándose hacia mí. Le miré a los ojos. Eran claros, se me antojaron azules, pero con la luz del lugar no podía asegurarlo.

-Sí, exacto, Cordialidad- respondí, con voz firme.

-De las granjas ¿eh? Es curioso como una amante de la paz acaba en Osadía- rió, divertido, mientras se incorporaba y salía del lugar. No pude evitar seguirle con la mirada, porque la sola presencia de aquel tipo me había estremecido. Sus ojos fríos, clavados en mí, su voz fuerte, magnética, y hostil, dirigida a Cuatro.


(y ya está xDD debo escribir más ¬¬U Michelle y Rachel son personajes de una amiga mia ^-^ dos gemelas que provienen de Erudición)

viernes, 21 de febrero de 2014

2. El dolor es necesario

La adrenalina recorría cada poro de su piel. Los golpes eran certeros, prácticamente perfectos. Si la bolsa de arena a la que Elijah golpeaba hubiese sido una persona, ya habría quedado K.O. El día había sido un auténtico suplicio, en especial los encuentros con la alumna estrella. Prudence Henshow lo sacaba de quicio, y aquello no era normal, teniendo en cuenta que conocía a la chica de unas horas. Prue se había dedicado, especialmente, a saltarse el resto de las clases. En el momento que se la encontró en la cafetería, tomando un café mientras jugaba al Candy Crush no pudo evitar acercarse.

Es el primer día profesor Wilson ¿qué le importa que me salte las clases que no son las suyas?” había dicho en cuanto le recordó lo de la asistencia. Apretó los dientes, furioso, y golpeó con fuerza el saco. Enseguida se calmó, tras descubrir que estaba pensando en ella. No podía dejar que sus emociones lo desbordaran. Ya era mucho tener que liberar el estrés  de aquella forma.

Además en poco tiempo debía salir, y todo ese mundo en el que se metía tres noches a la semana no era más que una forma de escapar de aquella realidad. Pero a pesar de todo, no había otra manera. El estrés, la frustración, la ira. Todo fluía y abandonaba su cuerpo cuando luchaba, cuando golpeaba, cuando el dolor recorría cada parte de su ser. Durante el día debía sonreír, nunca enfadarse de tal forma que quisiera golpear...

¡Maldita la hora en la que decidí convertirme en profesor! pensó, golpeado con fuerza Y encima es mi primer día. Voy apañado si tengo que soportar a esa cría todo este tiempo suspiró, separándose del saco, para acercarse a su taquilla y coger una botella de agua, a la que dio un trago. Se sentó en uno de los múltiples bancos que allí había, y comenzó a inspirar y expirar lentamente. Hacer aquello lo calmaba en parte, y necesitaba concentrarse para su salida.

-Elijah, tu turno- era un muchacho del cual nunca recordaba el nombre. Espigado, de pelo rubio y ojos oscuros. El profesor asintió, se ajustó los vendajes de las manos y se enfundó los mitones de cuero. Volvió a inspirar, para no aparecer nervioso en escena. En cuanto cruzó la puerta escuchó los gritos ensordecedores. Las chicas exclamaban su nombre, emocionadas, y varios lo abucheaban. Subió al ring, donde observó, indiferente, a su rival. Un chaval de unos 23 años. Rapado, de ojos verdes, con varios tatuajes repartidos por el cuerpo, y una sonrisa arrogante, que parecía decir “Vamos viejo, intenta machacarme”. Se mostró frío, disciplinado, casi como una roca. No tenía miedo. Solo sentía la necesidad de luchar y liberar la furia acumulada.

-Bien, chicos y chicas. Bienvenidos a un nuevo combate. Esta noche, nos encontramos ante dos auténticos campeones. En el lado izquierdo, con 77 kilos de peso, tenemos a Nigel Cryer- el chico levantó los brazos, eufórico- Y en el lado derecho, con 88 kilos de peso, nos encontramos con Elijah Wilson- una gran ovación se escuchó en cuanto pronunciaron su nombre. Saboreó la confianza, la sensación de seguridad que fluía sobre su victoria- Espero que veamos un combate francamente espectacular- comentó el presentador, antes de bajar. El llamado Nigel sonrió.

-No pienso dejar que un viejo me tumbe, tenlo claro- comentó, haciendo sonreír a Elijah.

-Los jóvenes sois demasiado predecibles muchacho- respondió el profesor, alzando los puños. El chico escupió al suelo.

-Pues a ver qué puedes hacer- dijo, antes de lanzarse hacia Elijah. Dejó que el primer golpe llegara. Apretó la mandíbula para evitar el rebote, pero el sabor metálico de la sangre, y la quemazón tras el golpe lo animó.
-¿Solo tienes eso?- preguntó, escupiendo el contenido de su boca, manchando el suelo con gotas escarlata. Impulsó su puño hacia el estómago del chico, que se dobló con el golpe, y se hizo hacia atrás. Lo miró, incrédulo- ¿Sorprendido de que un viejo sea fuerte?- ironizó, remarcando la palabra viejo. Nigel frunció el ceño, enfurecido, y se lanzó hacia él, golpeando el hombro de Elijah, que apretó los dientes, impulsando su puño hacia la mandíbula del joven.

Tal y como esperaba, la adrenalina recorría su cuerpo. Sonrió, exultante, sintiendo como toda la furia escapaba de su ser. Los golpes le llegaban, y pronto se vio en el final de la primera ronda. Se acercó a su esquina, empapó la toalla en agua fría para limpiarse la cara, y observó las manchas rojizas que florecían en la tela blanca en cuanto la separó de su rostro. Miró a su rival, rodeado de un séquito de amigos y fans femeninas, que le lanzaban miradas envenenadas al profesor. Inspiró, con fuerza, y dejó que el dolor que sentía recorriese su cuerpo.

Lo necesito. No le gustaba. Creo que por ello todo terminó pensó, mientras una imagen cruzaba su mente. Suspiró y colgó la toalla para observar de nuevo a Nigel, que se incorporaba para volver a pelear. Dejó sonar los huesos de su cuello y preparó los puños para el chico, que se abalanzó sobre él nada más sonar la campana. La pelea se alargó hasta la segunda ronda, por lo que Elijah aprovechó para sentarse y relajarse. Si lograba mantenerse en pie hasta el final de la tercera ronda, empataba con Nigel, pero si lo tumbaba en ese tiempo, ganaba el combate. Escupió al suelo y observó la flema sanguinolenta, mientras el timbre que indicaba el comienzo del tercer y último asalto sonaba.

Vamos muchacho…muéstrame lo que tienes, y a ver si eres capaz de acabar con este “viejo”


-Por favor Prue, no vayas- la voz de Mina, suplicante, se escuchó al otro lado de la línea, mientras Prue se recogía el cabello en una coleta alta. Observó su reflejo, los tatuajes que recorrían su piel, y la palidez que esta destilaba. Se puso una camiseta negra, a juego con los pantalones de camuflaje y las botas militares, y cogió el móvil, que seguía con el altavoz activado.

-Mina, sabes que solo voy un par de veces a la semana. Además, prometí a Nigel que iría a verle, y seguramente ya me he perdido su combate- se perfiló los labios con un tono granate, y se pintó la línea del ojo con un lápiz negro. Miró un poco más el reflejo y se soltó el pelo, que cayó sobre sus hombros con gracia y soltura.

-Y tú sabes que si te pillan ahí puedes meterte en problemas- recordó su amiga. La morena se mordió el labio. Si, Mina tenía razón. Aquellas peleas eran ilegales, y a toda persona que fuese pillada allí podían meterla en la cárcel. Pero aún así, necesitaba ir. El boxeo era lo único que mantenía su mente ocupada. Eso y la Universidad, a pesar de que solía saltarse las clases.

-Te prometo que no me meteré en líos- dijo, desactivando el altavoz, y comunicando su promesa a la que era su mejor amiga. Mina parecía dudar, pero finalmente suspiró y aceptó los planes de Prue- ¡Bien! Mañana te veo ¿vale? Me toca turno en la cafetería, así que pásate a tomar un café- invitó. La peli rosa se despidió de ella y colgó.

Prue salió al salón, donde se encontró a Celia, su compañera de piso. Era una chica pelirroja, de preciosos ojos verdes, que estudiaba el segundo año de Farmacia. Picoteaba galletas de chocolate, mientras sus dedos volaban, veloces, sobre el teclado, mientras escribía, o bien algún relato, o bien un trabajo.

-Ce, voy a salir un rato- comunicó la morena a la que era su amiga.

-Cuando vayas a volver compra galletas- fueron sus únicas palabras, mientras le dedicaba una sonrisa radiante. Eso es lo que más le gustaba a Prue de su compañera de piso. Juntas compartían galletas, historias, series y conciertos de Sound Horizon y Vocaloid.

-Mientras no te importa que sean del Veinticuatro Horas de la esquina no dudes que las compraré- respondió, guiñándole un ojo. Celia la miró, entre escandalizada y divertida.

-Sean de donde sean son galletas ¡claro que no me importa!- exclamó, para romper a reír junto a Prue instantes después. Tras las típicas advertencias de “No llegues muy tarde porque mañana tienes trabajo” o “Ten cuidado y que no te pille la policía” Prue salió de su apartamento. Tardó unos diez minutos en llegar al local donde se celebraban los combates. En la entrada del callejón, lleno de graffitis, un hombre grande, de por lo menos dos metros de alto y uno y medio de ancho, le cortó el paso.

-No está permitido pasar- fue lo único que dijo. Prue, frunciendo el ceño, aguantó como pudo las ganas de abofetearle. Abrió la boca, dispuesta a contestarle de mala manera, cuando una figura femenina, abrigada por una chaqueta negra de cuero dos tallas más grande que su cuerpo, surgió entre las sombras.

-Leo, déjala pasar. Es asidua al local- comentó, sacando un paquete de cigarrillos del bolsillo de la chaqueta. El aludido se hizo a un lado, y Prue le sacó la lengua, dejando ver un pircing- ¡Guao! ¿Cuándo te lo hiciste?- preguntó la chica. La morena sonrió a su compañera, una estilizada rubia, de cuerpo delgado y larga melena cuyo nombre era Sarah.

-Tras el último combate. Al día siguiente me aburría y fui a hacerme el pircing- lo señaló, mientras encendía un cigarrillo. Ambas charlaron un rato hasta que terminaron de fumar, y juntas entraron al local- ¿Cómo le ha ido a Nigel? Sé que he llegado tarde, pero ya sabes, entre arreglarme y llegar aquí pierdo mucho el tiempo- dijo, explicando el motivo de su tardía llegada.

-Es mejor que te lo diga él- perfectamente sus palabras podían ser buenas, pero por el tono de su voz, Prue supo que nada positivo había pasado. Recorrieron los pasillos hasta llegar a la sala principal, donde varios grupos de adolescentes y bastantes más adultos de los que alguien se pueda imaginar en un lugar como aquél, se reunían en corrillos y bebían, para celebrar victorias o lamentarse por derrotas.

Ambas se acercaron a un grupo bastante variopinto, donde tres chicas se inclinaban provocativamente sobre un chico lleno de tatuajes, un labio partido y un ojo morado. Prue sonrió al verle y se sentó a su lado, provocando que las otras la fulminasen con la mirada.

-¿Te  han metido una paliza Nigel?- se burló ella, cogiéndole de la barbilla para verle mejor las heridas. Este bufó, pero miró divertido a la chica. Pasó un brazo por su hombro, cogió un botellín de cerveza y dio un largo trago.

-Mi rival era uno de esos veteranos. Aguante hasta el final de la tercera ronda, así que imagínate. Quedaba poco para terminar, pero logró golpearme en la cadera y luego la mandíbula desconcentrándome- explicó, encogiéndose de hombros.

-Vamos, que un viejo te tumbo ¿no?- repitió la morena, provocando que el resto del grupo riese, incluido Nigel- ¿Y quién ha sido el afortunado? Me gustaría felicitarle por poder derribar a este tío tan cabezota- preguntó a Sarah, que se sentó a su lado.

-Si hubieras llegado diez minutos antes le habrías pillado. Se ha largado nada más terminar el combate- contestó, bebiendo del botellín. Pasó un par de horas en compañía del grupo y cuando comunicó sus intenciones de ir a su casa, Nigel se ofreció a acompañarla.

-Mientras no te importe para a comprar galletas en un Veinticuatro Horas, por mí no hay problema- dijo ella, encogiéndose de hombros. Se despidieron del grupo, salieron del local, y pasaron junto al llamado Leo, que seguía de guardia- ¿Es nuevo verdad?- preguntó, cuando se alejaron lo suficiente. Nigel miró al portero y asintió.

-Lo contrataron hace un par de días, por eso no conoce a todos los clientes asiduos- le respondió. Caminaron tranquilos, charlando sobre diversas cuestiones, y se desviaron del camino para entrar en un supermercado. El dependiente, un hombre de edad indefinida, miró a la pareja a través de un periódico.
Prue, tras buscar y dar con el pasillo de repostería y desayuno, cogió un par de paquetes de galletas con chips de chocolate, otra de pastas rellenas de mermelada de fresa, un paquete con relleno de limón y una caja de galletas de mantequilla. Los llevó a la caja, pagó y salió junto a Nigel.

-Sí que te gustan las galletas a ti ¿eh?- comentó, señalando la bolsa llena. La morena rio, divertida, y se encogió de hombros.

-A mi compañera y a mí nos encantan, aunque yo soy más de palmeras- declaró, encogiéndose de hombros. Miró el reloj y chasqueó la lengua- Ce me matará, voy a llegar tarde. Además, mañana tengo que trabajar, así que voy apañada- informó. Nigel sonrió, y mientras ella hablaba, deslizó su mirada por las curvas de su cuerpo.

Si…decididamente, está muy bien pensó, pasando un brazo por su hombro. Caminaron en silencio desde ese momento, uno junto al otro, en la más absoluta tranquilidad. Cuando llegaron al portal, Prue abrió la puerta y se giró hacia él.

-Bueno, yo voy a subir ya. Nos veremos en el próximo combate ¿no?- preguntó. El chico la miró a los ojos y sonrió, enlazando sus manos.

-¿Y eso por qué debe ser así?- contestó él. Prue se sintió incómoda. Simplemente eran amigos, nada más ¿acaso no podía entender que ella solo estaba interesada en el boxeo, o que ni siquiera sentía interés por los menores de 25? Separó sus manos y lo miró, ceñuda.

-Nigel, ya te he dicho muchas veces que no tengo interés en comenzar una relación con nadie- mintió ella. Lo había conocido hacía dos meses, y en todo ese tiempo, solo pensaba en él como un colega. Suspiró, mientras el chico fruncía el ceño- Por favor, te lo pido, no insistas en el tema- suplicó. Nigel suspiró.

-Bien, vale. Ya te veré en el próximo combate- dijo, con algo de sequedad en la voz, mientras se daba la vuelta y se alejaba. Prue suspiró y cerró la puerta tras de sí. En cuanto llegó a su cuarto se tiró sobre la cama y quedó profundamente dormida.



Elijah abrió los ojos y observó el techo. La pelea había acabado francamente bien para él. En el último momento tumbó a aquél niñato arrogante, que fue atendido por su grupito de fans acérrimos, mientras que aquellos que anteriormente lo animaron le vitoreaban a él. Sonrió, mientras se estiraba en la cama. Suspiró, y volvió a cerrar los ojos, dejando que su mente volara al descanso que necesitaba. Sin lugar a dudas, el día que venía sería duro, y sin dudarlo, necesitaba toda la energía necesaria para superarlo…

lunes, 17 de febrero de 2014

1. Primer día de clase

Los pasillos a aquellas horas de la mañana, estaban abarrotados. Se notaba que era comienzo de curso. Los alumnos, sin importar su carrera, acudían para recoger su horario y averiguar cómo serían sus profesores. Echando un vistazo al informe, Elijah Wilson, un hombre de unos 37 años, con un espeso cabello castaño, enmarañado, y ojos azules, se abrió paso entre la marea de estudiantes.

Demasiadas hormonas…debí haber aceptado el trabajo en aquél laboratorio pensó, mientras se pasaba la mano por su pelo, despeinándose más de lo que ya estaba. Se detuvo ante una puerta, alrededor de la cual un gran grupo de chicos reían y charlaban entre ellos. Puso los ojos en blanco y entró, encontrando solamente cuatro personas. Le llamó especialmente la atención una chica de largos cabellos rosados, que tecleaba frenéticamente en su móvil, y miraba ansiosa hacia la puerta, como si buscara a alguien. Colocó su maletín sobre la mesa y en ese momento fue él quien miró hacia la puerta. Los chicos seguían ahí, despreocupados. Tomó aire, para calmarse y se dirigió hacia allí.

-Se que vuestros asuntos de adolescentes son más importantes que las clases, pero estaría muy agradecido si metéis el culo aquí y me atendéis un momento- dijo, de mala gana, y ya comenzando a mostrar síntomas de molestia. Los que se suponían sus alumnos se miraron entre sí, y no tardaron en entrar al aula. Elijah se dirigió a la tarima donde se encontraba la mesa del profesor. Cogió la lista de alumnos y alzó una ceja.
Son 37 pensó, mientras leía de arriba abajo la lista de nombres y se rascó la nuca. Comenzó a llamar a sus alumnos, para saber quién faltaba el primer día. Descubrió que la chica de pelo rosado se llamaba Mina Anderson. Esta, tras alzar la mano, volvió a teclear, con furia, algo en su móvil. Llegó a un tal Seth Donovan, uno de los que estaba en la clase desde el principio. Parecía alto, de ojos oscuros y cabellos de color caramelo. La primera falta llegó con la letra H.

-¿Prudence Henshow?- nadie levantaba la mano. Nadie decía nada- ¿Prudence Henshow?- repitió. Mina, mirando nerviosa a su alrededor, alzó el brazo- ¿Si?- preguntó, con algo de educación.

-Prue me ha…me ha dicho que posiblemente llegue tarde. Esta en un atasco- explicó. Elijah asintió, comprensivo, y alzó el bolígrafo para apuntar el motivo, cuando una carcajada captó su atención.

-¿En serio se va a tragar eso profesor?- preguntó un chico del cual no conocía su nombre. Tenía el pelo de un tono anaranjado, y los ojos negros.

-¿Usted es?- increpó Elijah, alzando una ceja.

-Sid Rogers, profesor- se presentó el aludido. Volvió a posar su mirada en la lista, hasta dar con el nombre del chico. Al lado, anotado con letra pequeña y apretada, leyó el siguiente comentario “Problemático, no entiendo el porqué ha pasado de curso

-¿A qué te refieres con lo que dijiste antes?- interrogó. Sid esbozó una sonrisa socarrona, como si saboreara aquél momento.

-Prue siempre se salta la primera clase. Suele estar en la azotea o en la cafetería, fumando- explicó.

-¡Eres un idiota Sid!- exclamó la llamada Mina, fulminándole con la mirada. Elijah miró alternativamente a sus alumnos, y frunció el ceño.

-¿Me estás diciendo que una alumna ha decidido saltarse mi clase solamente para fumar?- preguntó. La molestia había vuelto a su voz. El de pelo naranja asintió, triunfante, y la peli rosa se mordió en labio, mientras cogía el móvil- Señorita Anderson, si manda un mensaje a su amiga le aseguro que este primer cuatrimestre de Física no le irá muy bien- amenazó. Sus palabras parecieron surtir efecto, porque se puso pálida (más de lo que ya era), y miró con sus penetrantes ojos azules al profesor. Este se giró, escribió en la pizarra una serie de ecuaciones y tendió un grupo de hojas a un alumno de primera fila- Reparte esto- dicho eso, miró a la clase- Vuestro compañero os repartirá unos ejercicios. Las fórmulas que necesitáis están en la pizarra- se dirigió a la puerta, con paso decidido- Yo enseguida vuelvo- añadió, saliendo de la clase. En cuanto cerró, pudo escuchar la serie de murmullos que había esperado, y se encaminó a la cafetería del edificio. Allí no había nadie que pareciera saltarse una clase. Un par de alumnos de cuarto, tres profesores que lo miraron de arriba abajo, y un camarero que parecía de prácticas.

Fue entonces a la azotea, donde la encontró. Estaba de espaldas, asomada a la barandilla. El humo del cigarrillo escapaba hacia el oeste, mezclándose con el cabello negro, que revoloteaba sin cesar. Frunció el ceño. La chica parecía no haberse percatado de su presencia. Suspiró, se llevó los dedos a las sienes, masajeando poco a poco y se acercó a ella.

-¿Prudence Henshow?- ella se limitó a mirar sobre su hombro al recién llegado, y luego le ignoró. Eso le desquició- Disculpa ¿pero no deberías estar en clase?- preguntó. En ese momento se giró hacia él y alzó una ceja, con aire molesto.

-Sí, debería, pero no me da la gana ¿contento?-  increpó, moviendo sus generosos labios. Sus ojos, de un verde aguamarina intenso, le fulminaron. Se llevó el cigarrillo a los labios, manchando el filtro con carmín oscuro y se cruzó de brazos, esperando la respuesta.

-La verdad es que no. Soy Elijah Wilson, tu profesor nuevo- informó. Sus ojos no mostraron más que indiferencia.

-Sí, Mina ya me informó de su llegada ¿y qué?- preguntó. Acababa de conocerla, pero ya le sacaba de sus casillas.

-Que deberías estar en clase- respondió.

-Lo siento, no acepto sugerencias- contraatacó ella.

-No es ninguna sugerencia- dijo él. Los labios de Prue se curvaron en una sonrisa socarrona, mientras miraba al profesor, de arriba abajo.

-Tampoco acepto órdenes- comentó, tirando al suelo el cigarrillo, para aplastarlo con su bota. Elijah suspiró, mientras su ceño se fruncía ante la pasividad de la chica.

-Pues tendrás que hacer una excepción conmigo, porque no quiero que mis alumnos anden saltándose la clase el primer día- respondió a sus palabras. La morena puso los ojos en blanco.

-¿Si voy a la clase te callarás y dejarás de darme el coñazo?- preguntó, con evidente molestia. Elijah apretó los puños, aguantando las ganas de abofetear a aquella chica tan insolente, pero no quería perder el trabajo el primer día, así que, entre dientes, dijo que sí. Prue se echó su bolso al hombro y se encaminó a la puerta, por la que desapareció. El  profesor suspiró, intentando calmarse, y la siguió.

Le ignoraba. En ningún momento se giró para pedir perdón, cosa que le molestó todavía más ¿Acaso no había pensado que lo tendría como profesor durante todo el curso, incluso durante los tres años que le quedaban? Entraron en la clase, y comprobó, sorprendido, y con algo de satisfacción, que sus alumnos miraban anonadados a la chica, que se dirigió a regañadientes al lugar donde su amiga le guardaba un sitio. No pudo evitar observarla también. Comenzó por su pelo, oscuro, pasando al cuello, y los hombros, hasta llegar a las curvas de sus nalgas, cubiertas por un pantalón vaquero pitillo.

A pesar de todo, la chica tiene un buen trasero y piernas bonitas pensó, mientras se recostaba en la silla del profesor. El resto de las dos horas pasaron bastante rápido. Los chicos hablaban entre ellos, para resolver dudas. Elijah se dedicó a revisar los informes de los alumnos, para saber con quién debía tener cuidado. Ojeo por encima la mayoría, hasta que, en la H, se detuvo mientras observaba el de Prue. Con varias letras diferentes, todos parecían estar de acuerdo en el mal comportamiento de la chica. Pero también coincidían en una cosa, y esta era en sus altas calificaciones. Alzó una ceja al leer aquello.

Llega siempre tarde a clase y se comporta de manera inadecuada, pero sus notas son fantásticas.
No aparece nunca a primera hora, pero siempre saca sobresalientes
Chica problemática y con un sentido de la puntualidad nulo, pero sus calificaciones son increíbles

Y así con todas. Suspiró y siguió revisando archivos hasta que fue la hora. Pidió a sus alumnos que le entregaran los ejercicios hechos durante la clase, y cuando Prue llegó a él le entregó la hoja, con cierta molestia. Salió de la clase junto su amiga Mina y en ningún momento se giró.

Definitivamente, esta chica me saca de quicio pensó, mientras pasaba inconscientemente la mirada de su trasero a los problemas. Se llevó una sorpresa ciertamente inesperada. Elijah sabía el resultado de los ejercicios. Se conocía a la perfección sus desarrollos. Y no se esperaba para nada el hecho de que la chica tenía todo impecable.


-Es un imbécil- gruñó Prue, sentándose en la silla mientras dejaba su refresco sobre la mesa. Mina la miró con reproche.

-Siempre llegas tarde. Yo ya sabía que algún profesor acabaría yéndote a buscar- comentó, ocupando su sitio. Bebió un poco de su Fanta y suspiró- Te avise de que ya estaba en la clase- recordó.

-Y ya sabes que no soporto la primera hora- contraatacó la morena, tirando de un mechón de cabello rosa de su amiga. Esta le apartó la mano, riendo- ¿Cómo se enteró de que estaba en la azotea?- preguntó entonces, encendiendo un cigarro.

-¿Tú qué crees?- inquirió su amiga, levantando una ceja. Prue bufó y dirigió una mirada fulminante al chico de pelo naranja.

-Ese imbécil de Sid… ¿no se da cuenta de que si hace eso me cabrea?- casi parecía gruñir aquellas palabras, tomando un trago de su refresco.

-Yo creo que le gustas e intenta llamar tu atención- bromeó la peli rosa. Prue frunció el ceño mientras Mina reía con fuerza por la reacción de su amiga.

-Es un completo imbécil- repitió.

-¿Sid o el profesor Wilson?- inquirió la otra. La morena puso los ojos en blanco.

-Me reitero, los dos son unos imbéciles- gruño- Aunque eso sí, reconozco que el profesor tiene un culo bastante resultón-

-¡Prue!- exclamó su amiga, con una sonrisa dibujándose en su rostro, que intentaba tapar sin éxito, con las manos.

-¿Qué? Solo soy sincera. El tío esta bueno, aunque sea un plasta- dijo ella, encogiéndose de hombros. Ambas rieron, juntas, como las buenas amigas que eran, mientras Elijah las observaba, desde lejos. Frunció el ceño con desaprobación ante la actitud despreocupada de Prue.

Definitivamente, tendré problemas con esta chica…