-¡Te
veremos en la fiesta!- exclamó Úrsula, una chica con el cabello teñido de rojo
y ojos negros, agitando la mano mientras se alejaba con el resto del grupo. Le
devolví el gesto, y en cuanto desaparecieron de mi vista dejé caer mis hombros,
exhausta. Era 31 de octubre, Halloween, y me tocaba a mi ultimar los
preparativos de la fiesta de aquella noche. El disfraz estaba cuidadosamente
doblado en la bolsa que llevaba cargada al hombro, para poder cambiarme inmediatamente
después de organizarlo todo.
Me
encaminé al gimnasio, lugar asignado para el baile, para poder terminar con las
preparaciones pertinentes. Como siempre, la gente pasaba a mi lado sin prestar
la más mínima atención a mis pasos. Era extraño. En los concursos de debate era
el centro de atención, incluso mis compañeros de equipo permitían que me
ocupara de la mayor parte de los temas, que lograba defender con pericia. Tenía
capacidad de liderazgo por lo que el puesto de vicepresidenta del consejo
estudiantil me venía como anillo al dedo, y por ello el presidente,
aprovechándose de su privilegiada posición, relegaba la mayor parte de sus
trabajos en mí, y entre estos estaba la organización de los eventos.
-¡Irah!-
sin detenerme, miré sobre mi hombro a la vivaracha muchacha de pelo corto que
se acercaba dando saltos a mí.
-Tengo
prisa Connie, hay que ultimar los preparativos- dije de mala gana, volviendo la
vista al frente. Me alcanzó, con su acostumbrada grabadora en la mano, y apretó
el botón para grabar nuestra conversación mientras caminábamos.
-¿Entonces dices que a última hora las cosas de la fiesta no
están listas?- junto a ella surgió un joven de gafas gruesas que reconocí como
Iain Johnson, fotógrafo del periódico escolar y miembro del club de fotografía
de primer año. Alzó una gran cámara Canon
y empezó a lanzar ráfagas de flashes. A su vez, alcé la bolsa, molesta y
frunciendo el ceño.
-Lo único que he dicho es que debo ultimar preparativos
Connie, así que no tergiverses mis palabras- abrí las puertas del gimnasio,
recibiendo un tenebroso y espectacular ambiente. Falsas telas de araña colgaban
desde el techo. Las paredes habían sido forradas con una tupida tela negra y
gris, y estas a su vez decoradas con lápidas hechas con pintura. Arañas de pega
parecían corretear entre las telas sintéticas, y el suelo parecía el camino de
un cementerio: un camino de piedras llevaban a las mesas, con manteles grises
decorados con sangre falsa; al escenario, con rocas falsas y un árbol marchito;
y por último a la pista de baile, que recreaba un claro de un bosque.
-¡Irah!- Melody, una joven risueña de segundo año, se acercó
a mí alegre- Los encargados de la comida me han comunicado que todo estará
listo para la hora prevista- informó, entregándome un tablón en el que pude ver
la lista de cosas para la fiesta.
-Perfecto ¿la banda se ha comprometido a tocar?- inquirí,
cerrando la puerta en la narices de Connie e Iain, para evitar que sacaran mas
fotos.
-El director ha permitido su actuación siempre y cuando no
superen los niveles de ruido permitido- paseé por el gimnasio junto a ella,
tachando de la lista todo aquello que veía listo- Se ha contratado a dos
guardias de seguridad extras para que comprueben las entradas en la puerta del
gimnasio. Según me informe, hace un par de años se colaron muchos jóvenes
ajenos al internado y la liaron parda- sonrió, mientras yo suspiraba con
resignación.
-Estuve presente, y debo añadir que fue bastante deplorable.
Destrozaron mobiliario escolar y causaron gran revuelo entre los estudiantes-
murmuré, omitiendo lo sucedido poco después. Había sido mi primer año, y tras
la fiesta de Halloween un suceso sacudió los cimientos del lugar, y fue
ocultado a la prensa. Sonrió de nuevo, y se tapó las mejillas coloradas con las
manos.
-Hablas bastante bien. Se nota que eres la capitana del club
de debates- susurró, y suspiré, sin poder evitarlo.
-Me enseñaron bien, eso es todo- le pasé la lista, golpeando
en su pecho con la tabla. Se detuvo abruptamente y me miró, confusa- Lo siento.
Todo está en orden, Así que solo queda esperar al catering y a los músicos-
añadí, esbozando una sonrisa conciliadora. Melody volvió a sonreí, aliviándome-
Si me disculpas, voy a disfrazarme para la fiesta. Te aconsejo que hagas lo
mismo- añadí, cogiendo la bolsa de la entrada, para dirigirme a los vestuarios.
Una vez allí, dejé mi equipaje temporal en uno de los múltiples bancos, saqué
las pinturas corporales y comencé a prepararme…
-¡Muy bien, dejad el pastel en la mesa de la izquierda! ¡Sí,
ahí!- taché el alimento mencionado de la lista y lo observé, con una mezcla de
fascinación y repulsión. Un cerebro del tamaño de un labrador, parecía mirarme
fijamente. Sabía que era solo una cubierta de fresa y nata glaseada, y que el
interior estaba elaborado de chocolate. Pero aún así me perturbaba. Seguí
repasando la comida: canapés en forma de lápida, galletas elaboradas como
ataúdes, aceitunas que parecían ojos, y diversas elaboraciones de pesadilla
pero deliciosas sin lugar a dudas.
-¡Que buena pinta!- detuve la mano que se dirigía sin lugar
a dudas al glaseado del pastel. Me giré para mirar a Hiram Weissman, que me
dedicó una sonrisa traviesa- Oh, vamos, no es para tanto, nadie se va a dar
cuenta- ante mi ceño fruncido no pudo hacer otra cosa que apartarse- Vale,
vale- le observé. El pelo rubio, engominado hacia atrás, mostraba mejor sus
facciones duras y atractivas. Se había embadurnado con polvos blancos, dotando
a su piel de una palidez extravagante. La punta de unos afilados colmillos
asomaban a través de sus labios. Unas ojeras violáceas descansaban bajo sus
ojos acaramelados. Llevaba una camisa abotonada hasta el cuello, un chaleco
negro y un pañuelo burdeos, enganchado con un broche verde esmeralda. La capa,
negra y con forro de color vino, ondeaba gracias a los aparatos de aire
acondicionado.
-Que seas el capitán del equipo de hockey no te da derecho a
colarte en los preparativos previos a la fiesta- casi le gruñí aquellas
palabras, pero me ponía de los nervios que actuara como el dueño del lugar tan
solo por su popularidad. Se apartó de mí con evidente sorpresa, cosa que me
agradó. No estaba acostumbrado a que la gente se dirigiera a él con ese tono-
Así que venga, aire y vete con tus amigos- le empuje lejos de la mesa de comida
y en cuanto se marchó, con cara resignada, suspire derrotada.
-¿Estás bien?- inquirió una voz tras de mí. Melody,
disfrazada de manera original de Jane the Killer me sonreía. Le devolví el
gesto.
-Nada malo, en serio. Ayúdame con eso- señalé el caldero que
contenía el ponche, del color de la sangre. Entre las dos lo colocamos sobre
una de las mesas y me sacudí las manos- Bueno, creo que con eso está todo, solo
queda la máquina de humo, las luces y la música, así que en cuanto entren los
demás la fiesta comenzará- le dije, animada.
-¡Genial! Por cierto, tu disfraz es increíble- añadió,
mirándome de arriba abajo. Sonreí. Ese año había elegido lucirme por todo lo
alto. Llevaba un negro pero a la vez colorido corpiño adornado con flores y
pequeñas calaveras en el centro de estas. La falda era una preciosidad que
habían adquiridos mis tíos en un viaje a México, larga, oscura, y con volantes,
combinando con el corpiño, y un cinturón la sujetaba, con una calavera de color
rojo por hebilla. El brazo izquierdo estaba cubierto por un calentador violeta,
y el derecho por un largo guante de rejilla, y los zapatos eran unos tacones
bastante cómodos. Perlas negras decoraban mi melena suelta, a la que había
aplicado un tinte de un uso de color blanco. Me había pintado toda la piel
visible de negro, y con blanco y diversos colores, había adornado mi piel,
emulando huesos. En definitiva, era un esqueleto del Día de Todos los Santos,
festivo y oscuro al mismo tiempo.
-Gracias, tú también te ves muy bien- contesté, señalando el
cuchillo falso que tenía amarrado al pañuelo de la cintura, y al pelo oscuro
que ocultaba su rostro blanco como la nieve. Las puertas del gimnasio se
abrieron y entró por ellas Lazarus Hoult, el presidente del Consejo. A pesar de
su puesto, era un chico bastante perezoso, y siempre que tenía la oportunidad
relegaba sus tareas en mí. Vestido con una camiseta de rayas, un sombrero y las
garras, era un perfecto Freddy Kruger.
-Maravilloso ¡Simplemente maravilloso!- exclamó, mirando el
ambiente.
-¿Contento?- pregunté, alzando una ceja, bastante molesta
con el por haberme encasquetado aquél trabajo.
-Irah, cielo, sabes bien que se me da fatal la organización,
y que tu eres perfecta para estas cosas- murmuró, zalamero.
-Con halagos no conseguirás nada Lazarus- gruñí,
fulminándole con la mirada- Hazme un favor y esfúmate, tengo que preparar las
luces- y sin más, dejé a ambos con la palabra en la boca, y fui hasta la zona
trasera del escenario, donde me encontré a uno de mis compañeros de tercero,
Nicolae Hensen. Lazarus me había dicho
que era bueno con la electrónica, así que le pedí el favor de ayudarnos con el
tema de las luces- ¿Cómo van?- inquirí, acercándome. Levantó la mirada del
panel de control y me estremecí. Siempre me había sentido maravillada pero a su
vez asustada por aquellos ojos suyos. Uno castaño y uno azul, lo que delataba
que padecía heterocromía. Estos estaban tapados por un largo flequillo. Era la
primera vez que le veía sin su acostumbrada coleta, lo que me permitió apreciar
la longitud de su cabello negro, que parecía sedoso al tacto. Iba vestido con
una larga chaqueta color verde militar, pantalones vaqueros y una motosierra de
juguete descansaba en el suelo a su lado. La máscara de hockey estaba sobre la
mesa. Como Lazarus, Nicolae era el perfecto Jackson de Viernes 13.
-Bien, solo me queda conectar un par de cables y estará todo
listo- murmuró. Nunca se le escuchaba alzar la voz, incluso en clase se
resistía a hacerlo, por lo que los profesores debía pedir silencio absoluto
para entenderle.
-Perfecto… ¿necesitas algo?- inquirí queriendo ayudar.
-No, no hace falta- en cierto modo era como yo, no quería
ayuda de nadie, lo que me hacía apreciarle más que al resto de alumnos del
internado. Observé como hacía un par de virguerías en el panel, y escuche una
exclamación de asombro. Asentí ante Nicolae, que cogió su máscara, la
motosierra, y un pequeño mando- Es para controlar las luces desde el gimnasio-
explicó, tendiéndomelo. Se puso la máscara y salió, dejándome sola en la
oscuridad. Suspiré y salí tras él, ahogando la exclamación por el ambiente.
Nicolae había conseguido que la máquina de humo funcionara, llenando el lugar
de un aspecto mortecino. El foco más grande daba una luz del color de la luna,
y los pequeños mezclaban el rojo, el azul y el violeta. Sonreí con aprecio,
cosa que podía verse en pocas ocasiones. Esta fiesta iba a ser la mejor que el
internado pudiera ver…
Como miembros del Consejo de estudiantes, el deber que
teníamos Lazarus y yo consistía en dar vueltas por el gimnasio, disfrutando de
la fiesta pero vigilando que ningún alumno se pasara de la raya. Había perdido
de vista a mi compañero, lo que me exasperaba por completo, ya que eso
significaba que había vuelto a escaquearse de sus deberes como presidente para
hacer de las suyas. Y yo eso no lo podía soportar. Aún a día de hoy, cuando
había pasado un año desde que fuimos elegidos, me preguntaba porque él
ostentaba el puesto que tenía. Cualquier otro alumno habría estado más
cualificado que aquél alcornoque que solo pensaba en pasarlo bien.
Pasé cerca de mi grupo de amigas, que me animaron a bailar
con ellas. Rechacé la generosa oferta, argumentando que en una hora
aproximadamente me libraría de mi trabajo al ser sustituida por otro miembro
del Consejo. Resignada vi como se alejaban de mí, adentrándose hacia el corazón
de la pista de baile, y podría afirmar que lo hacían con intenciones poco
morales. Me dirigí a la mesa de las bebidas, con la intención de servirme un
poco de ponche para refrescar mi garganta, y entonces le vi.
Hiram Weissman se escondía a toda prisa un objeto plateado
en el forro de la capa, lo que me puso alerta. Con largas zancadas me acerqué a
él, furiosa por lo que pensé que podría estar haciendo, y llegué a él sin
dificultad a pesar de la multitud de alumnos que nos empujaban al uno y al
otro.
-¿¡Qué te crees que estás haciendo!?- espeté, agarrando su
muñeca y tirando de ella. Mis temores se confirmaron a medias cuando vi la
petaca en su mano. Se la arrebaté, desenrosqué el tapón y en cuanto acerqué mi
nariz a la boquilla, tuve que apartarla todo lo lejos que pude de mi, al
reconocer el vodka- ¿Estás loco o que te pasa?- cerré la petaca y la golpeé
contra su pecho, frustrada- ¡Alcohol, Hiram!- exclamé, con evidente enfado.
-Oh, vamos, Irah. No te pongas así. Es una fiesta, debes
divertirte- respondió como si nada, encogiéndose de hombros, aunque con un tono
que me pareció algo nervioso. Le fulmine con la mirada, molesta por su actitud.
Cogí aire, dispuesta a soltarle algún sermón significativo, pensando en el
incidente de hace dos años, cuando note como su semblante cambiaba.
-¿Alcohol en la fiesta? No me lo esperaba de ninguno de
vosotros- me giré de golpe, alarmada por haber reconocido la voz. Se trataba
del profesor Collins, de la asignatura de Historia del Arte. Nos miraba a ambos
con reproche, sin querer dirigir la vista a la petaca que aún sosteníamos los
dos. Me alejé dos pasos de Hiram, alarmada.
-¡Profesor! ¡No es lo que parece! ¡Me he percatado y he
venido a…!-
-¡Silencio señorita Greenhell! Usted y el señor Weissman me
van a acompañar ahora mismo- y sin decir más, se dio la vuelta y echó a andar.
La gente de nuestro alrededor miraba, sorprendida por lo que acababa de pasar.
Entre estas me encontré la mirada de Úrsula, que abría la boca como un buzón al
verme desaparecer entre el gentío en compañía de Hiram Weissman, siguiendo al
profesor Collins.
Salimos al patio, que estaba en relativo silencio por la
amortiguación del ruido, aunque el murmullo de la música podía escucharse
todavía. Nos dirigimos al edificio principal, confirmando mis temores, por lo
que fulminé a Hiram con la mirada mientras avanzábamos. No tardamos en
pararnos, delante de una puerta con una placa dorada a su derecha que decía “Aula de castigo”. Era la primera vez que
me castigaban. A mí. Y por algo que no había hecho. Abrí la boca dispuesta a
protestar.
-¡Silencio! Ahora permanecerán aquí hasta que la fiesta
termine. Les vendré a buscar entonces a ustedes y el resto- comunicó, haciendo
que ambos alzáramos las cejas simultáneamente… ¿A quién se refería con el resto?
La respuesta no tardó en llegar, porque abrió la puerta en
seguida, dejándonos descubrir a nuestros compañeros de cautiverio. Sentada con
los pies sobre la mesa del profesor, Connie Leonhartt, disfrazada de zombie, y
con la grabadora en la mano. En una mesa cercana a la puerta, y para mi
sorpresa, Micaela Justice, una de las empollonas del internado. Rubia, con
trenzas, iba disfrazada de científica loca, podría suponer. Sus asustados ojos
verdes me miraron tras las gafas, y se había cubierto las pecas con maquillaje,
añadiendo falsas cicatrices a su rostro. Y por último, sentado en el alféizar
de la ventana, con su disfraz de Jackson, estaba Nicolae, que nos dirigió una
mirada imperturbable.
-Espero que este castigo os haga recapacitar sobre lo que
habéis hecho- soltó el profesor Collins antes de cerrar de un portazo tras
nosotros. Escuché como pasaba la llave y suspiré, derrotada…Nos había
encerrado.
-¡Pero qué sorpresa!- exclamó Connie, levantándose de la
mesa y dirigiéndose a nosotros, grabadora en mano- ¡El capitán del equipo de
hockey y la vicepresidenta del Consejo estudiantil, castigados la noche de
Halloween!- comentó, entusiasmada- Y decidme ¿qué os ha hecho aparecer en esta
sala en una fiesta como esta? ¿Os han pillado dándoos el lote tras el
escenario? ¿A que ha sido eso?- argumentó, con los ojos brillantes y la
grabadora encendida tomando nota de la situación.
-No inventes Connie. Lo que pasa es que Einstein aquí
presente- señalé a Hiram, furiosa- Se le ha ocurrido la genial idea de meter
vodka en el ponche- expliqué, amargamente- Y Collins nos ha cogido con la
petaca, creyendo que hemos sido ambos- bufé, dejándome caer sobre una de las
mesas.
-¡Tampoco es culpa mía!- exclamó Hiram, fulminándome con la
mirada- Pille a Lazarus con la petaca y le dije que me la diera, que no iba a
permitir que alcoholizara el ponche- gruñó, cruzándose de brazos. En ese
instante me sentí bastante mal por haberle acusado de manera precipitada. Me
forcé a mirarle.
-Lo siento…pensé que habías sido tú- murmuré. Su atractivo
rostro se relajó y me sonrió.
-Ya no se puede hacer nada- suspiró, y miró al resto- ¿Y
vosotros que hacéis aquí?- inquirió, con curiosidad.
-Me había dejado algo en mi habitación, así que salí de la
fiesta y de camino a los dormitorios pille a Connie intentando entrar en el
despacho del director- murmuro Micaela.
-¡Connie!- exclamé yo, escandalizada, interrumpiendo a la
rubia, que carraspeó molesta. La mire, sorprendida por la repentina salida, ya
que nunca la había escuchado hacer eso.
-Collins me pillo y creyó que la estaba ayudando, así que
nos castigó a ambas- concluyo, cruzándose de brazos. Todos dirigimos entonces
la mirada a Nicolae, que no había dicho palabra desde que estábamos allí, y
seguramente ni siquiera antes.
-Ese no suelta prenda, ya le he preguntado y no dice nada-
explicó Connie, encogiéndose de hombros. Miré fijamente a Nicolae, su perfil
difuminado por la calidad pésima de la luz fluorescente. Vi como se encogía de
hombros.
-Collins me pillo fumando un cigarrillo en los baños-
explicó escuetamente.
-¿Un cigarrillo? ¿Solo por eso? Que exigente- soltó Hiram,
bufando. Pero pude percibir en el ambiente un aroma que me resultaba
familiar por mi compañero del Consejo.
-Te pillo fumando marihuana ¿verdad?- inquirí, alzando una
ceja. Su expresión no varió ni un milímetro, pero asintió para confirmar que
había dado en el clavo.
-¡Vaya! No lo esperaba de Nicolae Hensen, la rata de
biblioteca- comentó Connie con malicia. De nuevo el chico apenas se inmuto, y
se encogió de hombros.
-Solo por ser una rata de biblioteca no tengo porqué estar
cosido a un patrón social- era la primera vez que le escuchaba decir una frase
tan larga a alguien que no fuera un profesor- Y no tengo porqué darle
explicaciones a una cotilla sin remedio que solo busca hurgar en la vida de los
demás- supe que no quería ser hiriente con esa frase, que solo exponía la
verdad, pero Connie frunció el ceño y se cruzó de brazos.
-No es la primera vez que te pillan fumando marihuana
¿verdad? Hace un par de años, cuando empezaste en este internado, también te
encontraron en compañía de otros alumnos en el patio, si no me equivoco-
murmuró, con tono mordaz. Nicolae solo la miro, aunque pude percibir un cambio
en sus ojos dispares. Un fulgor de reproche, o tal vez una advertencia para que
cerrara la boca. Hiram pareció percatarse también del cambio en el ambiente,
por lo que se adelanto y colocó entre ambos chicos.
-Venga, haya paz. Vamos a estar varias horas castigados aquí
dentro ¿no es mejor que nos llevemos bien para que sea más llevadero?-
inquirió, mostrándonos al Hiram Weissman que todo el mundo conocía y quería.
Nicolae desvió la mirada de Connie a él, y volvió a sentarse en el alféizar,
sin pronunciar palabra. La chica bufó a su vez, y volvió a sentarse en la mesa
de profesor. Micaela suspiró, y cruzándose de brazos dejó caer su cabeza sobre
estos. Hiram me observó. Le devolví la mirada, sin saber bien qué hacer.
Finalmente se encogió de hombros y se dirigió al otro lado de la clase, para
evitar hablar con el resto, dejándome a mí entre los cuatro. Como Micaela,
suspire, frustrada, y eché la cabeza hacia atrás, para mirar al techo.
-¡Esto es una tortura!- exclamó Connie, enderezándose. Me
incorporé, sobresaltada, puesto que me había sentado en la silla para poder
recostarme sobre la mesa. No era la única, ya que vi a Micaela hacer lo mismo,
y además pude vislumbrar como se limpiaba un hilillo de baba que colgaba de la
comisura de sus labios. Nicolae seguía despierto, pero apenas se había girado
hacia Connie, y Hiram por su lado avanzaba bostezando entre las mesas.
-¿Y qué propones que hagamos Sherlock?- inquirió, apartando
las lágrimas de sus ojos.
-Pues que salgamos y nos colemos en la fiesta- lo dijo con
tanta naturalidad que incluso Nicolae la miro, anonadado, permitiendo
vislumbrar una emoción en su rostro pétreo.
-¿Estás loca? Si Collins nos pilla la hemos cagado-
respondió Hiram.
-Opino lo mismo. Estamos castigados, y el hecho de vernos
fuera del aula de castigo puede desembocar a uno mayor, y dudo mucho que con la
apretada agenda que tenemos nos podamos permitir pasar tardes aquí encerrados-
argumenté, cruzándome de brazos.
-Bueno, ya sabemos que con la vicepresidenta no contamos-
sin más, se giró hacia Micaela- ¿Y tú que ratoncita? ¿Te apuntas a la
aventura?- inquirió. Micaela alzó las cejas, con una expresión que quería decir
¿Quién? ¿Yo?- Si, tú ¿Te vienes o
no?- contestó Connie, como si le hubiera leído el pensamiento. Apenas tuvo la
consideración de preguntarle a Nicolae, cuyo gesto había pasado de la sorpresa
al interés.
-Cuenta conmigo- respondió el chico escuetamente. Todos lo
miramos sorprendidos porque se uniera a hacer algo en grupo, teniendo en cuenta
su carácter solitario. Connie sonrió.
-¡Bien! Somos dos ¿alguno más?- nos miró a los tres
fijamente, hasta que Hiram empezó a reírse.
-Bueno, bueno ¿quién no ha cometido locuras alguna vez? Me
apunto- sin más, se colocó al lado de Connie, como si se tratara de la capitana
del equipo en una clase de Educación Física, y Nicolae, dudoso, le siguió.
-B-Bueno…no estaría mal volver a la fiesta- murmuró Micaela,
levantándose de su sitio para unirse a ellos. Ahora todos me miraban a mí, a la
espera de una respuesta. Yo me limite a devolverles la mirada. A los ojos
verdes de Micaela, los negros de Connie, los melíferos de Hiram, y los dispares
de Nicolae. Y puse los míos en blanco mientras me levantaba.
-Os juro que como nos pillen os las tendréis que ver
conmigo- amenacé, vislumbrando la sonrisa juguetona de la periodista y el
rubio- Aunque eso sí ¿cómo saldremos de aquí, si Collins ha cerrado con llave?-
inquirí, queriendo dejar claro que aún no estaba de acuerdo con el hecho de
escaparnos. Connie se limitó a sonreír y sacó una horquilla de su alborotada
cabellera.
-Así- sin más, se agachó junto a la cerradura y forcejeó un
poco con ella y la horquilla. La observamos fascinados cayendo en la cuenta de
que era así como se colaba en las habitaciones. En cuanto oímos el clic que indicaba que la cerradura se
había desbloqueado, solo pudimos mirar boquiabiertos a la chica- Venga, vamos,
que no quedará mucho y quiero disfrutar hasta el último momento- cogió a
Micaela del brazo, seguramente por ser la más débil físicamente de los cinco, y
tiró de ella por el oscuro pasillo. Hiram, Nicolae y yo nos miramos y las
seguimos a paso rápido. Las alcanzaos en seguida y los cinco avanzamos con
cuidado, planeando como entrar al gimnasio sin que nadie se diera cuenta.
-Propongo usar la entrada del almacén- ofreció Hiram, el
cual se conocía de memoria aquél lugar. Yo también había planeado entrar por
allí, pero no vi la necesidad de mencionarlo. Una parte de mí quería volver a
la fiesta, deslumbrar a todos con mi disfraz, captar la atención por una vez
sin que tuviera que estar en un debate.
Quizás solo deseaba ser como todos, vivir una vida, llamar
la atención de algún que otro chico. Pero ni siquiera siendo la vicepresidenta
del Consejo lograba cumplir uno de mis anhelos, que aunque infantil, era el más
pequeño de todos. Siempre en las sombras, siempre organizando todo desde
detrás, dejando que Lazarus se llevase el mérito. Total ¿para qué? Nadie me
agradecería las cosas sabiendo que era yo la que organizaba todo. Suspiré, y
entonces sentí como alguien tiraba de mi brazo. Quise gritar pero una mano
grande y cálida me tapó la boca. Miré hacia arriba para encontrarme a Nicolae,
el cual rodeó mi cintura con su brazo. Miré a Hiram, que se llevó un dedo a los
labios pidiendo silencio. Asentí, y Nicolae me quitó la mano de la boca,
dejando un cosquilleo en aquella zona de la piel que había rozado. Estaba
bastante oscuro para identificar a Connie y Micaela, pero dos respiraciones
tras nosotros me indicaron que estaban ahí. Tragué saliva, y entonces me fije
que estábamos dentro de uno de los múltiples almacenes de la limpieza que había
repartidos por el internado. La puerta, de madera y un cristal translúcido, nos
mostraba sombras en los pasillos.
-¡Se han ido!- exclamó la inconfundible voz del profesor
Collins.
-No han podido ir muy lejos, eso seguro. Los asientos están
cálidos- aquél era Philips, el de Biología.
-Vamos a buscarles, estarán escondidos- un escalofrío
recorrió mi espina dorsal, y Nicolae se dio cuenta puesto que me agarró con más
fuerza, como queriendo protegerme. Aquél había sido el profesor Lawrence, el de
Economía, un hombre entrado en los cuarenta del cual se contaban cosas poco
aceptables entre las chicas. Una vez pude probar en propias carnes que querían
decir, cuando en un examen se acercó a mí y masajeó mis hombros de manera
imperceptible, pero con evidentes intenciones.
En cuanto los pasos se alejaron, pude escuchar como tres
respiraciones dejaban de contenerse, y el brazo de Nicolae me soltaba.
-¿Estáis bien?- murmuré, presa del nerviosismo. Apenas
acertaban a murmurar que sí, pero nos habíamos librado por los pelos. Hiram
abrió la puerta y la débil luz del pasillo nos iluminó.
-Chicos…creo que al conserje se le ha caído el saco de
serrín para el vómito- murmuró Micaela, dando un suave golpe a algo.
-Más bien parece que se le ha caído un saco de vómito ¿no os
huele raro?- inquirió Connie, mirando hacia la chica. Vi como sus ojos se
abrían como platos, como caía al suelo y su garganta entonaba un grito
desgarrador. De manera instintiva, y haciendo caso omiso a los pasos que se
acercaban a nosotros, los cuatro nos giramos y pudimos ver con nuestros propios
ojos lo que había afectado tanto a Connie. Micaela se desmayo en el primer
momento, y Hiram la cogió a tiempo. Yo sentí como mi estómago se revolvía y
como los dos pedazos de pastel y los tres vasos de ponche pugnaban por salir.
Me tambaleé ligeramente, y Nicolae me sujetó por los codos para evitar mi
caída. Collins fue el primero de los tres en llegar.
-¿¡Que ocurre!?- ni porqué estábamos allí, ni porque nos
saltábamos el castigo…el grito de terror de Connie le había alertado. Atiné a
levantar la mano, temblorosa, y le señalé el motivo. Su piel, normalmente
tostada por su ascendencia hindú, pareció palidecer de golpe. Philips y
Lawrence llegaron al mismo tiempo. El primero ayudó a Hiram con Micaela
mientras miraba, nervioso, el punto que señalaba. Lawrence, por su lado, apartó
un poco a Nicolae y colocó una mano sobre mi hombro. En esos momentos no me
importo lo más mínimo. Sin más, caí al suelo de rodillas rompiendo a llorar. No
podía seguir mirando al conserje del internado. Joseph Claires se había quitado
la vida, pegándose un tiro en el mentón. Los sesos, esparcidos por la estancia,
parecían, junto a la sangre, una grotesca pintura para la ocasión que se
celebraba aquella noche. En su mano descansaba una pistola, y sus ojos miraban
hacia el techo, sin ver realmente.
Quise que todo aquello no fuera más que una pesadilla…
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